jueves, 11 de agosto de 2016

Yuri Lotman: la semiótica de la cultura

Mínima introducción

Este trabajo pretende definir y poner en relación una serie de conceptos básicos que posibiliten el “ingreso” a la semiótica de la cultura elaborada por Yuri Lotman y otros miembros de la llamada Escuela de Tartu. Se trata de una tarea ardua y sistemática emprendida con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y hasta la actualidad, y que ha tomado vida a través de una infinidad de libros y otras publicaciones individuales y colectivas.

La influencia de esta corriente ha sido intermitente en los ámbitos especializados de habla castellana a lo largo de las tres últimas décadas. Como ha ocurrido en otros casos se trató de un arribo “indirecto” puesto que se basó en una primera instancia más en las traducciones y la  versión mediada y “comentada” de los autores europeos, principalmente franceses, que en una lectura directa de sus obras.
Para algunos investigadores del mundo de habla hispana la teoría lotmaniana ya había sido anticipada por las corrientes formalista y estructuralista, en su más amplia calificación, razón por la cual no encontraron en ella novedad alguna más allá del atractivo de algún concepto, razón por la cual suelen agregar a los cursos que dictan algunas menciones a Lotman pero no le brindan un desarrollo importante o cierta centralidad en el dictado de las clases, la compilación de artículos con fines pedagógicos o los manuales especializados en el área.

Para otros, por el contrario, el interés de la propuesta de Lotman está en que ofrece una luz diferente y un aporte interesante para “completar” las figuras de ese rompecabezas intelectual e imprescindible para la comprensión de las grandes líneas que guían las transformaciones que sacudieron a las ciencias sociales desde comienzos del siglo XX. La fértil figura teórica que han ido trazando los formalistas rusos, Mijail Bajtín y Valentín Voloshinov, estructuralistas y posestructuralistas, Ferdinand de Saussure, Charles Peirce y las tradiciones semiológica y semiótica a las que supieron dar vida.

Los conceptos centrales que vertebran esta exposición son:

Semiótica
Cultura
Semiosfera
Sistema modelizante (primario y secundario)
Lenguaje
Texto
Límite o frontera
Filtro
Explosión

El objetivo es ir integrando este reducido léxico de manera tal que, en el juego de definiciones y relaciones, queden expuestos de manera clara los que se consideran aspectos centrales de la teoría lotmaniana. Es innecesario mencionar que hay muchos elementos importantes de la obra lotmaniana que no se tienen en cuenta a los fines de esta exposición, así como también que el apartado inicial está dedicado a contextualizar, biográfica y académicamente, su personalidad y obra.

En cuanto a los ejemplos utilizados se ha preferido en casi todos los casos que provengan de la literatura y el arte, algo sencillo de hacer teniendo en cuenta la propia inclinación de Lotman pero que obliga a dejar de lado algunos de sus análisis concretos verdaderamente estimulantes, como los que supo dedicar al estudio de la moda o el cine, por ejemplo.

La Escuela de Tartu

Según han podido documentar los historiadores las universidades consideradas en un sentido general ya existían en las antiguas civilizaciones. Por ejemplo en el Imperio Chino está probada la existencia de una Escuela Superior Imperial que existió más de veinte siglos antes de la era cristiana. Se levanta hoy en China la Universidad de Nanjing que es directa descendiente de una Academia Central Imperial que fue fundada hacia mediados del siglo III. En Pakistán, la Universidad de Takshashila, en la ciudad de Taxila, entregaba ya a sus egresados un título universitario hacia el siglo VII antes de Cristo; la Universidad de Nahalanda, constituida en la ciudad de Bihar, India, otorgaba también diplomas y había organizado estudios de posgrado sólo dos siglos más tarde. Más conocido es el caso de la Academia establecida por Platón en el siglo IV a.C. en el marco de la Grecia clásica.

Persas y árabes parecen haber sido los iniciadores de la universidad estimada ya más en un sentido “moderno”,  allá entre los siglos IV y V. Tres centurias más tarde la Escuela de Gondishapur es transportada a la ciudad de Bagdad y allí se reorganiza como el Bayt al Hikma, es decir “Casa de la sabiduría”. Sus investigadores se dedicaron principalmente a traducir las obras científicas de médicos y filósofos griegos como Aristóteles, Galeno e Hipócrates, entre otros muchos. Una tarea sin la cual jamás el hombre contemporáneo habría tomado contacto con aquellos pensadores.

En el territorio europeo, los árabes fueron los encargados de fundar las primeras universidades con características modernas (entiéndase por tal adjetivo basadas en un estudio riguroso y sistematizado, la realización de trabajo experimental, creación de bibliotecas y “gabinetes” científicos, etc.). En el siglo X el Califato de Córdoba, en el actual territorio español, editó cientos de libros especializados. La creación de la Universidad de Bologna, finalmente, hacia fines del siglo XI, marca el momento en que las llamadas “casas de altos estudios” van a comenzar a brotar y fortalecerse a lo largo y lo ancho de todo el continente.

En la Edad Media occidental el término proveniente del latín universitas se usaba al comienzo para designar a las corporaciones de oficios, los gremios de maestros y discípulos en torno a los cuales se organizaba y garantizaba la pervivencia de una determinada profesión: universidad de los carpinteros, universidad de los herreros, universidad de los panaderos, y así siguiendo. Nada había entonces de exclusivo, ningún aura de prestigio particular fue invocada cuando comenzó a usarse para designar a la “comunidad de profesores y estudiantes”. Aunque con el tiempo, ya se sabe, y en la medida en que la distinción entre trabajo manual y trabajo intelectual también tomara las características modernas propias de su división bajo el capitalismo, la palabra se iría cargando de otras resonancias.

Junto con la expansión del modo de producción capitalista desde Europa hacia todo el mundo, junto con barcos, cañones y mercancías, se desparramaron las instituciones universitarias. Si bien en diversas regiones, de Europa y fuera de ella, pueden reconocerse distinto tipo de universidades, a grandes rasgos se podría decir que hay una suerte de modelo único que las aúna, y que tanto más tiende a homogeneizar al conjunto cuanto más próximo a la actualidad se está.


La Universidad de Tartu es una institución clásica de estudios superiores que se encuentra ubicada en la ciudad del mismo nombre, en Estonia. Los habitantes de esa región de hecho la consideraron desde siempre la universidad nacional de aquel país. Fue fundada en 1632 por el rey sueco Gustavo Adolfo, y a lo largo de las décadas han ido variando sus apelativos oficiales -que inició el de Academia Gustaviana- en relación con los diversos ciclos históricos y eventos políticos que sacudieron esos territorios asiáticos.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, mientras en la Argentina y el resto de la América latina se hacían sentir los sacudones que la Reforma Universitaria trajo consigo, hacia 1919 la Universidad de Tartu se convertía en una institución legalmente estoniana. Cuando en 1940 se firmó el famoso tratado Molotov-Ribbentrop, alentado por los gobiernos que comandaban José Stalin y Adolf Hitler, la letra del “acuerdo” determinó que la universidad se integraba al sistema educativo de la Unión Soviética, pero igualmente, entre 1941 y 1944, sufrió la ocupación alemana y se la designaba por entonces y a los fines burocráticos con el nombre de Dorpat.

Entre 1944 y 1991, es decir a lo largo del período soviético, se convirtió en la Universidad de Tartu y luego, hasta 1989, en la Universidad Estatal de Tartu. La principal lengua de instrucción que en ella se utilizaba era el estoniano, aunque el ruso aparecía de manera también frecuente en diversos cursos, así como partes de la currícula de estudios propia de Rusia. La independencia total se produjo en 1992, aun cuando al parecer todavía se siguen dictando algunas materias en lengua rusa.

A partir de entonces la Universidad de Tartu ha buscado aggiornarse estructural y organizativamente sobre la base de los modelos de los países escandinavos, Alemania y los Estados Unidos.

Siguiendo este camino en la última década la Universidad de Tartu ha intentado acojerse a los lineamientos del llamado Plan o Acuerdo de Bologna, el que han suscripto las principales universidades europeas que buscan fuentes de financiamiento alternativas y, según dicen, una mejor adaptación con las “necesidades cambiantes” del mundo posindustrializado Necesidades en las que insisten, aun cuando ha sido repetidamente señalado y denunciado tanto por los centros y federaciones de estudiantes como por las gremiales que agrupan a los docentes que en realidad lo que se busca es liquidar la enseñanza estatal gratuita para quitar ese “peso” presupuestario a los Estados y que puedan dirigir sus recursos financieros hacia otros fines, arancelar los estudios superiores (sobre todo a partir del nivel de los posgrados) y someter los planes de estudio a los requerimientos de las grandes corporaciones nacionales y multinacionales con excusa de proporcionar “salidas laborales” inmediatas.

Así, la Universidad de Tartu se ha dado en su período de vida más reciente una política de mayor centralización de gestión y funcionamiento, a la vez que ha impulsado una fuerte reforma de los planes de estudios en el sentido anteriormente mencionado. En fin, no se trata de algo que los profesores y estudiantes universitarios argentinos desconozcan.

Yuri Lotman, algunos datos biográficos

Yuri Mikhailovich Lotman nació en 1922 en Petrogrado, Rusia, y murió el 28 de octubre de 1993 en Tartu, siendo miembro prominente de la Academia de Ciencias de Estonia.
Siguió estudios de lengua y literatura en la Universidad de Leningrado, y el dato no es menor dado que permite ver hasta qué punto en su formación pesó la teoría de la escuela formalista rusa. De hecho tuvo como profesor de Folclore al célebre autor de la Morfología del cuento, Vladimir Propp; asistió también a los cursos que dictaban Boris Eichenbaum y Boris Tomashevski.

Es decir que su formación superior supo abrevar en esa rica, compleja, polémica,  vertiginosa y fugaz etapa de la vida intelectual que nació al calor de la revolución bolchevique y se tensó con el fenómeno de las vanguardias estéticas que atravesaba las diversas artes, desde la poesía y el cine hasta el teatro, la música, la danza y la plástica. Se trató de un combate que en el interior de las universidades fue generacional y a la vez empujado por la búsqueda, con el sesgo de la fuerte y victoriosa impronta marxista, de revisar el conjunto de las certidumbres que hasta ese momento habían acompañado a las ciencias del hombre. Es decir, la revisión profunda de los contenidos de las carreras universitarias, las metodologías de trabajo, las áreas que se privilegiaban y aquellas otras postergadas o inexistentes y necesarias, etcétera; un poco más allá: la reformulación completa del sistema educativo y científico nacional.

Sobre el final de la década del veinte la censura estalinista llegará para sofocar la hoguera.

En el comienzo del texto “El fenómeno del arte” (Cultura y explosión. Lo previsible y lo imprevisible en los procesos de cambio social, Madrid, Gedisa, 1999) se puede leer lo siguiente:

La filosofía positivista del siglo XIX, por un lado, y la estética hegeliana, por el otro, afirmaron en nuestro conocimiento una concepción del arte como reflejo de la realidad. Simultáneamente, las variadas concepciones neorrománticas (simbolistas y decadentes) propagaron la visión del arte como algo opuesto a la vida. Esta oposición se encarnó en la antítesis entre la libertad de la creación y la servidumbre de la realidad. Ambas concepciones no pueden ser denominadas ni verdaderas ni falsas. Ambas aíslan y conducen hasta lo imposible en la vida del maximalismo a esas tendencias que están indisolublemente unidas en el arte real. En principio el arte crea un nuevo nivel de realidad, que se diferencia de la realidad misma por una intensa ampliación de la libertad. La libertad se introduce en aquellas esferas que en la realidad carecen de ella. Lo que está sin alternativa consigue una alternativa.

De ahí se deriva un crecimiento de las valoraciones éticas en el arte. Precisamente gracias a su mayor libertad, el arte se encontraría fuera de la moral. El arte hace posible no sólo lo prohibido, sino también lo imposible. Por eso, respecto a la realidad, el arte se presenta como un espacio de libertad. Pero esa misma sensación de libertad comprende al observador que dirige su mirada al arte desde la realidad. Por eso, el espacio del arte siempre incluye un sentimiento de extrañamiento. Y esto introduce inevitablemente un mecanismo de valoración ética. Esta misma resolución, con la que la estética niega la inevitabilidad de una lectura ética del arte, esa misma energía que se consume en demostraciones semejantes, es el mejor apoyo a su intangibilidad. Lo ético y lo estético son opuestos e indivisibles como los dos polos del arte.

Como se ve, las ideas en las que insiste la última publicación de Lotman son cercanas a las elaboradas incluso por el más joven Víctor Sklovski, aquel que hacia 1917 escribió el famoso artículo “El arte como artificio”, casi una declaración de principios de la escuela formalista, donde la autonomía estética, la libertad creativa, el extrañamiento con que se recogen en la mirada los objetos y asuntos del mundo y la definición ética se complementan. Claro no es éste el único componente y su relación, disputa e integración con otras dimensiones conceptuales es lo que caracteriza a la teoría lotmaniana considerada en su totalidad.

Después de la interrupción de la guerra Lotman se graduó con las mejores calificaciones pero, según cuentan algunos historiadores, su origen judío y los particulares criterios de selección impuestos por la “ortodoxia” que se había apoderado de las universidades le impidieron cursar el doctorado en la misma institución en la que se había recibido, razón que lo empujó finalmente a alejarse de ella.

Entre 1950 y 1954, inmediatamente después de su llegada a Estonia, Lotman comenzó a trabajar en el Departamento de Lengua y Literatura Rusas de la Universidad de Tartu, del cual finalmente se convertiría en director. Allí dio vida a la que se conocería como la Escuela de Tartu, de la que fomaron parte importantes investigadores como Boris Uspensky, Vladimir Toporov, Mijaíl Gasparov, Alexander Piatigorsky, Vyascheslav Vsevolodovich, Isaac Revzin e Igor Grigorievitch Savostin, entre los más importantes. Este trabajo conjunto dio vida a una original semiótica de la cultura, la cual encontró como principal caja de resonancia la revista Estudios sobre los Sistemas de Signos, que comenzó a ser publicada por la imprenta de la Universidad de Tartu en 1964 y por lo tanto tiene el mérito de ser la publicación estable y regular sobre semiótica más vieja del planeta.

Sus más importantes análisis sobre la literatura rusa Lotman los dedicó a Alexander Pushkin y su obra. Hacia fines de la década del cincuenta se publica la serie “Trabajos sobre filología rusa y eslava”, como parte de la política de ediciones de la Universidad de Tartu; varios de sus estudios sobre la historia literaria de Rusia aparecerán en dicha colección. En su tarea docente Lotman dicta por entonces un curso sobre poética estructural, a lo largo de  cuyas clases comienza a delinear lo que denominará el método semiótico-estructural para la investigación literaria y artística. Para sintetizar esta perspectiva redactó un trabajo breve llamado Lecciones de poética estructural, que recién se publicaría en 1964.

Lo que resulta evidente, más allá de cualquier otra discusión al respecto, es que la línea de las investigaciones seguidas por Lotman se diferencia (busca diferenciarse, se podría enfatizar) del “espíritu oficial” impulsado en el campo de las humanidades durante esa época (la vida de Lotman coincide casi día a día con el desarrollo de la experiencia soviética, y en particular con su etapa estalinista).

En la década que transcurre entre 1964 y 1974 Lotman es uno de los organizadores más entusiastas de las cinco “escuelas de verano”, jornadas de intercambio académico dedicadas a debatir sobre los sistemas secundarios de modelización, que tienen lugar en la universidad y la ciudad de Tartu. Formaron parte de esos encuentros psicólogos, biólogos, filólogos, matemáticos y filósofos, y resulta bastante evidente que además de las discusiones y las ponencias en torno a la modernización de los métodos de las ciencias exactas y de las humanidades, los protocolos de investigación, los aspectos pedagógicos y los teóricos generales, la actualización disciplinaria, se trataba de dar cuerpo a una iniciativa política consecuente.  ¿Con qué intención? Pues, en primer lugar y casi exclusivamente, se buscaba propugnar y garantizar la libre expresión para el sector de los intelectuales y artistas. En esas reuniones nació en realidad lo que desde entonces se conoce como Escuela Semiótica de Tartu o, más correctamente, de Tartu-Moscú.

Quizás los historiadores en política contemporánea puedan relacionar ese movimiento de relativa contestación con otros que se llevaban en esos años adelante en varias ciudades de la Unión Soviética y en diversas localidades de las naciones que conformaban la Europa del Este. Son por demás conocidos al respecto los sucesos acaecidos en Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia y Polonia, y en todos los casos en las protestas contra la política oficial que se dictaba desde Moscú ocuparon un lugar destacado, no único ni predominante, los sectores de artistas e intelectuales, los estudiantes y la juventud en general.

Al igual que ocurre con los formalistas rusos y con obras como las de Mijaíl Bajtín y Valentín Voloshinov, Lotman también ha intervenido cuidadosamente en torno a las cuestiones del marxismo. No desde el punto de vista de la política práctica o de la teoría revolucionaria pero sí en cuanto, como antes se mencionó, fue parte de su intento mostrar cómo los desafíos provocadores, desde el punto de vista filosófico y científico, lanzados por Karl Marx habían terminado siendo disecados por los seguidores académicos de la doctrina estalinista. Una suerte de mecánica argumentativa del búmeran que intenta encontrar un lugar en el marco de la censura y la represión estatal: demostrar a los que se dicen marxistas que en realidad Marx dice lo contrario que lo que ellos afirman.

A Lotman le molestaba sobremanera que la simple mención de términos como “formalismo” o “estructura” generaran reacciones acusatorias, las cuales juzgaba que en el fondo estaban llenas de ignorancia e infantilismo (aunque podían determinar el desbarranque de una carrera académica, la pérdida del trabajo y la persecución). Pero sobre todo lo incomodaba el hecho de que esa doctrina oficial fuera en realidad lo contrario que predicaba ser, es decir ofrecía como “científica” la aseveración “anticientífica” de que en las ciencias sociales, a partir de ciertas cuestiones que el marxismo había percibido en lo profundo de las sociedades humanas, no había nada por agregar y sólo quedaba por lo tanto el acatamiento hacia ciertos principios que se suponían claros pero que en verdad nadie sabía bien en qué consistían, y que por lo tanto se podían “acomodar” según las circunstancias de coyuntura dispusieran conveniente.
Por supuesto que el cumplimiento de un mandato fundado en la idea de que se ha alcanzado la meta en la acción  del conocer supondría que la ciencia debe detenerse ya: el conocimiento del hombre ha alcanzado su objetivo de plenitud y puede dedicarse ahora a descansar para siempre. Era claro para Lotman, como lo es para cualquiera, que siguiendo una lógica de ese tipo se termina ofreciendo como triunfo de la razón humana lo que en realidad es su certificado de defunción.

Para demostrar que las ciencias del hombre, como toda ciencia, puede ser consideradas como una “tendencia” hacia la búsqueda de verdades fuertes y absolutas (ésas que en la mención de Marx se encuentran en los axiomas de la matemática), pero que se trata de un movimiento -y es fundamental comprender su naturaleza-, un direccionalidad que no puede detenerse, puesto que fuga hacia un límite que es el de su infinitud, “la necesidad del movimiento científico constante”, Lotman escribió en un inicio bien polémico:

Cada método científico tiene una base gnoseológica. Se debe tocar esta cuestión aunque no sea más que por el hecho de que a los estructuralistas ya se los ha inculpado tanto de mecanicismo -de reducción de lo estético a lo matemático-, como de relativismo y de todos los pecados mortales filosóficos. Puesto que el estilo del ataque determina también el estilo de la defensa, me atrevo a recordarles a mis opositores una cita. Paul Lafargue anotó una declaración sumamente interesante de K. Marx sobre la teoría del conocimiento científico: “En la matemática superior, él (K. Marx -Iu. L.) hallaba el movimiento dialéctico en su forma más lógica y, al propio tiempo, más simple. Asimismo, consideraba que la ciencia sólo alcanza la perfección cuando logra utilizar la matemática”. Dan ganas de preguntarles a los que en la apelación a los métodos matemáticos ven sólo un camino hacia el formalismo y el mecanicismo: ¿cómo acogen esa declaración?

Todos los adversarios del estructuralismo (los que se han expresado hasta ahora en la prensa) pertenecen al partido científico de los “satisfechos”. Están convencidos de que en el terreno de las ciencias humanas y de su metodología todo está en orden, la perfección ya ha sido alcanzada y sólo queda “cuidar” de ella. Y en lo que respecta a las búsquedas de nuevos caminos, hasta el más benigno, V. Kózhinov, se figura así las cosas: no hay mal en que las cabezas locas formen embrollos; “que lleguen al ‘núcleo indisoluble’, toquen a su puerta y se vayan a casita”, de todos modos tienen que “regresar a la metodología ‘tradicional’". Los estructuralistas pertenecen, en la ciencia del arte, al “partido de los insatisfechos”: están convencidos de que la perfección de que hablaba K. Marx ni siquiera se ha acercado todavía al terreno de las humanidades. Ellos no tienden a cuidar, sino a buscar. Comprendiendo mejor que sus opositores la imperfección de sus intentos, el carácter incipiente y preliminar de éstos, ellos, a pesar de eso, insisten en una cosa: la necesidad del movimiento científico constante.

(El fragmento pertenece a “Los estudios literarios deben ser una ciencia”, artículo originalmente aparecido en Moscú en 1967. Su traducción se publicó en Desiderio Navarro (selección, traducción y prólogo),  Textos y contextos. Una ojeada en la teoría literaria mundial, La Habana, Arte y Literatura, 1986, tomo I, páginas 73-86.)

De inmediato agrega Lotman: “La base metodológica del estructuralismo es la dialéctica…”, y allí comienza el “contrataque” que consiste en la demostración del carácter científico del método estructural aplicado a los fenómenos literarios que se desarrolla  lo largo del artículo. El juego retórico polémico de Lotman recuerda aquella observación de Iuri Tinianov, quien buscaba frenar las impugnaciones de los indignados y denuncistas “antiformalistas” con la forma de pregunta inocente acerca de la contraposición arte y vida y la necesidad de “definir” los campos de intervención frente a tal escisión. Tinianov escribió al respecto que simplemente no alcanzaba a comprender tal partición: ¿a quién podría ocurrírsele que el arte no es parte de la vida? ¿Es que acaso el pensamiento puede concebir algo que no sea parte de la vida…?

De acuerdo con Lotman, la moraleja epistemológica es simple e incuestionable: la ciencia es propiedad exclusiva de los afiliados al “partido de los insatisfechos”, y sin lugar a duda los estructuralistas pertenecen a él. Vale la pena recordar que la corriente estructuralista, más allá de sus diversas expresiones, está en la base histórica de desarrollo del pensamiento semiológico y semiótico contemporáneo y en él debe comprenderse a Lotman y la totalidad de los esfuerzos conceptuales y metodológicos de sus colegas de la Escuela de Tartu.

Efectivamente, en 1969 se crea  la Asociación Internacional de Semiótica (IASS-AIS) y Lotman es elegido como su vicepresidente. Ocupará el cargo hasta 1984 y luego será miembro del Comité Ejecutivo hasta 1992.

De cualquier modo, y para evitar confusiones, se debería dejar establecida una serie de observaciones acerca del “estructuralismo” que practicó Lotman y que cada día que pasaba se acercó más a la explosión. Escribió Lotman y se reproduce en extenso dada la importancia de su definición:

En el curso de varios siglos hemos supuesto que la ciencia no estudia lo casual, que la ciencia estudia lo regular, o sea, lo que se repite. Por cierto, sobre este tema sostuvimos una discusión en la primera Escuela de Verano de Tartu el notable científico I. I. Revzin y yo. Revzin, lamentablemente ya fallecido, fue un lingüista genial y uno de los creadores de la semiótica. Revzin consideraba que con los métodos estructurales se podían estudiar aquellas variedades de arte que son formalizables. Por ejemplo, las novelas policiales o los filmes detectivescos, es decir, aquellas variedades de arte en que dominan las reglas y el arte representa un peculiar juego según reglas, pero Revzin consideraba que estudiar una novela de Dostoievski con métodos estructurales era imposible, por cuanto ésta es impredecible en principio. Pero tras esa convicción había algo más.
      A partir de Hegel, eran sometidas al método científico aquellas formas de historia que eran predecibles. Me voy a permitir hacer una comparación: para Hegel, la Historia es una lección que da un experimentado maestro; este maestro es la Gran Idea. Al propio tiempo, los que participan en la Historia no entienden el sentido de la misma, pero el gran maestro y el propio Hegel comprenden el sentido de la Historia. Es por eso que, para él, la Historia siempre tiene un fin. Cuando la Historia llega a ser comprendida, se acaba.
      Yo me permitiría hacer otra comparación: yo me imaginaría a Dios en la función de un experimentador y no de un maestro, en la función de aquel que no sabe cuál va a ser el resultado de sus experimentos y le deja al experimento un espacio de libertad.
      Así pues, nos vemos ante la necesidad de estudiar lo impredecible y de examinar la casualidad como un mecanismo obligatorio de la Historia.

(“Los mecanismos de los procesos dinámicos en la semiótica”. Tomado de la conferencia pronunciada por I. M. Lotman en Caracas, Venezuela, en el I Encuentro Internacional de Teoría de las Artes Visuales, febrero-marzo de 1992, que tuvo lugar en el Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón IUESAPAR. Traducción del ruso de Gustavo Pita.)

Los manuales, pese a todo, en ocasiones señalan a Lotman como el “primer estructuralista soviético”; lo hacen fundamentalmente en relación a su libro Sobre la delimitación lingüística y filológica del concepto de estructura, publicado en 1963, aunque polémicas como la que antes se reseñó y los títulos de muchos de sus artículos y libros no hacen necesaria mayor fundamentación. Aunque, claro, resulta difícil contener en una única calificación una obra que agrupa decenas de volúmenes y que sin duda fue variando a lo largo de los años. Sucede que Lotman nunca se cansó de escribir: dejó una catarata de artículos y libros que llevan su firma y que quienes se han puesto a catalogarlos afirman que superan los 800. Asimismo la correspondencia que Lotman mantuvo con los intelectuales rusos más relevantes de su época es gigantesca y permanece íntegra en la biblioteca de la Universidad de Tartu.


Se señaló antes que la importancia de Lotman fuera de su país está en obvia relación con la tarea de traducción de sus obras y que ésta ha sido bastante limitada en lo que respecta al castellano, algo que resalta todavía más si se tiene en cuenta lo voluminoso de la obra del semiótico ruso. De cualquier modo hay varios de sus escritos que han tenido fuerte destaque e influencia en las universidades hispanoamericanas y ya forman parte obligada de los listados de las bibliografías básicas del área; se pueden mencionar entre ellos los referidos a la semiótica del cine, el análisis del texto poético y sobre todo  La estructura del texto artístico, más aquellos volúmenes publicados a partir de 1984, que llevan por título el término que Lotman acuñó para que se convirtiera en centro de su pensamiento teórico: La semiosfera.

Cultura

La revista electrónica semestral de estudios semióticos sobre cultura Entretextos publicó la primera traducción al español de las “Tesis para el estudio semiótico de las culturas (aplicadas a los textos eslavos)”. Este valioso e histórico escrito fue presentado en el VII Congreso Internacional de Eslavística, celebrado en Polonia, y editado originalmente en 1973 («Tezisy k semioticheskomu izucheniiu kul’tur (V primenenii k slavianskim tekstam)», en María Renata Mayenowa (ed.), Semiotyka i struktura tekstu: Studia poświęcone VII Miçdzynarodowemu kongresowi slawistów. Wroclaw, Ossolineum, 1973, páginas 9-32). Cinco son sus autores (Lotman, Uspenski, Piatigorsky, Ivanov, Toporov), un carácter colectivo que es bien significativo en este caso y sirve para enfatizar el carácter de manifiesto o programa de investigación científico que tiene el texto.

De acuerdo con los historiadores y especialistas las tesis bien pueden considerarse el acta de fundación que condensa los postulados teóricos básicos de la semiótica de la cultura.

Dice el parágrafo 0.0.1., aquel que abre el texto:

En el estudio de la cultura la premisa inicial es que toda la actividad humana dedicada al procesamiento, intercambio y almacenamiento de información, posee una cierta unidad. Los sistemas de signos individuales, aunque presuponen estructuras organizadas inmanentemente, funcionan solamente en unidad, apoyados unos en otros. Ninguno de los sistemas de signos posee un mecanismo que le garantice su funcionamiento aislado. De aquí se sigue que, al lado del acercamiento que nos permite construir series de las ciencias del ciclo semiótico relativamente autónomas, admitiremos asimismo otro acercamiento, según el cual cada una de ellas examina aspectos particulares de la semiótica de la cultura, del estudio de la correlación funcional de diferentes sistemas de signos.

Desde este punto de vista adquieren especial significado las cuestiones de la estructura jerárquica de los lenguajes de la cultura, de la distribución de las esferas entre ellos, de los casos en los que estas esferas se entrecruzan o sólo lindan entre ellas.

Como puede juzgarse, lo que se busca establecer desde el comienzo es una articulación entre lo particular y lo general o universal. Una relación entre el carácter relativamente autónomo de las “partes” que constituyen el todo significativo de la existencia humana y la necesidad de su contención o fusión dentro del marco mayor que proporciona la arquitectura general de una cultura.
En el interior de la gran casa del hombre los lenguajes particulares y los textos que son sus productos son meras habitaciones, cuyo número e importancia habría que precisar así como en cuáles los hombres pasan más tiempo y por qué, a la vez que se van descubriendo las puertas más evidentes, los pequeños respiraderos y las rendijas casi invisibles que conectan a una con otra.

Casi desde la constitución misma de un campo disciplinario propio la semiología y la semiótica vienen discutiendo en su interior que es lo estratégicamente conveniente: avanzar en el sentido de una teoría general de los signos y sus relaciones, y aceptar, por ello, la postergación del estudio concreto de los lenguajes particulares (que, habría que agregar, cuando se los estudie bien podrían acercar resultados empíricos que falsen el entramado teórico que se supone debían consolidar), o más bien contentarse con que tal conceptualización general ha encontrado un “techo” con la obra de autores como Charles Peirce y Ferdinand de Saussure más los aportes filosóficos y lógicos de pensadores como Ernst Cassirer, Gotlob Frege, Ludwig Wittgenstein y Edmund Husserl, y advertidos de que no hay mucho que agregar es preferible en consecuencia avanzar por el territorio de las semióticas particulares, es decir aquellas que se dedican a cierto tipo de lenguajes específicos (el cine, por ejemplo, o la literatura), y en todo caso enriquecer la conceptualización alimentándola de ese suelo más cercano y, en cierto sentido, concreto.

Ya en las páginas introductorias de su clásico La estructura ausente. Introducción a la semiótica el italiano Umberto Eco señaló que la disciplina semiótica debía seguir la doble vía, ascendente y descendente, de postular hipótesis generales a partir de las cuales fuera posible guiar el análisis de los lenguajes y, al mismo tiempo, detenerse en el estudio pormenorizado de corpus de textos apoyándose en los cuales podrían alimentarse las generalizaciones posibles.

El inicio de las tesis de Tartu que se acaba de citar sigue a su manera esa doble vía del reconocimiento necesario de lo particular sin perder de vista que se trata de un recorte metodológico, táctico, de una materia mayor e integrada que es el todo cultural, y viceversa. Un ida y vuelta dialéctico que, allí el arte y el método del analista, se resolverá de modo diverso atento siempre al carácter dinámico con que los fenómenos culturales enfrentan a quien pretende detenerlos para su estudio.
Según se explicita en una de las tesis finales:

En la unión de diferentes niveles y subsistemas en un único todo semiótico, la ‘cultura’, están funcionando dos mecanismos mutuamente opuestos:
a) La tendencia hacia la diversidad, hacia un incremento del número de lenguajes semióticos organizados de manera diferente, el ‘poliglotismo’ de la cultura.
b) La tendencia hacia la uniformidad, el intento de interpretarse a sí misma o a otras culturas como lenguas uniformes, rígidamente organizadas.

La primera tendencia se revela en la creación continua de lenguas nuevas de cultura y en la irregularidad de su organización interna. A diferentes esferas de la cultura es inherente una extensión diferente de organización interna. Al crear dentro de sí fuentes de máxima organización, la cultura también necesita formaciones relativamente amorfas que sólo se parecen a estructuras. En este sentido es característico distinguir sistemáticamente, dentro de estructuras culturales históricamente dadas, esferas que deberían convertirse en una especie de modelo de organización de la cultura como tal.

Es en este sentido también que debe destacarse la importancia que tiene el estudio de ciertos lenguajes o textos particulares (por ejemplo el establecimiento de gramáticas y poéticas), si en ellos se encuentra ese carácter paradigmático, es decir que posibilita vislumbrar un patrón de organización de ese todo cultural que de hecho se presenta como infinito e indefinido. O sea: es destacable su existencia incluso para después explicar por qué y de qué manera defeccionan y se ven desbordados en su intento de “regimentación”.

Continúa la cita:

Es especialmente interesante estudiar varios sistemas de signos artificialmente creados que aspiran a una máxima regularidad (como, por ejemplo, la función cultural de los rangos, uniformes y signos distintivos en el estado ‘regular’ de Pedro I y sus sucesores: la propia idea de ‘regularidad’, al formar parte de la totalidad cultural uniforme de la época, constituye un elemento adicional en la abigarrada irregularidad de la vida real en aquellos tiempos). Presenta gran interés, desde este punto de vista, el estudio de metatextos: instrucciones, ‘regulaciones’ y recomendaciones que representan un mito sistematizado creado por la cultura sobre sí misma. Significativo, en cuanto a esto, es el papel jugado en diferentes etapas de la cultura por las gramáticas de lenguas como modelos para textos organizantes y ‘regularizantes’ de varios tipos.

Las tesis tratan a la vez de proponer un objeto, la cultura, descripto y definido de una manera particular, según se ha visto, pero a la vez buscan brindar a los investigadores una respuesta a la pregunta qué hacer. O sea un programa de investigación y un lineamiento metodológico, aun cuando se sepa con certeza que su desarrollo completo es imposible. Ésta parece ser otra de las lecciones que Lotman aprendió de los formalistas rusos y de la Escuela de Praga, en relación a la necesidad de  -también en el campo de las “ciencias humanas”- detectar y volver evidentes aquellas “instrucciones, ‘regulaciones’ y recomendaciones” que orienten el trabajo conjunto de la comunidad científica.


En 1990 Lotman publica Universe of the Mind. A Semiotic Theory of Culture, con una introducción de Eco, en la que se resumen sus investigaciones sobre semiótica y cultura entre los años 60 y los 80.
En el libro puede leerse:

La ciencia moderna, desde la física nuclear hasta la lingüística, conciben al científico  dentro del mundo que está describiendo y como parte de ese mundo. Sin embargo, el objeto y el observador son descritos en lenguajes diferentes, y por lo tanto el problema de la traducción es una tarea científica universal.

La definición, casi de inspiración epistemológica, permite acercarse al modo en que Lotman piensa el análisis de la cultura en los términos de una culturología que encuentra su razón de ser en el estudio de la traducción (el término se usa aquí en un sentido metafórico), la complementariedad, la yuxtaposición, la negación y la pelea entre los lenguajes diversos que el hombre habita y que habitan al hombre.

Según se lo quiera ver y definir, y siempre de manera mezclada e imprecisa, los ámbitos de estudio en los que Lotman se especializó fueron los de la estética, la semiótica y el estudio de los distintos sistemas culturales; dentro de ellos el análisis literario ha tenido un lugar destacado. Pero el espíritu que ronda debajo de tales especificaciones, como también puede señalarse en obras del tipo de las de Michel Foucault o Roland Barthes y otros miembros destacados del continuum estructuralismo-posestructuralismo, está tentado por una propensión de totalidad: se habla casi en nombre de una refundación  de las ciencias sociales e, incluso más allá, rozando el límite donde las diversas disciplinas científicas se disuelven en una sola búsqueda rigurosa del conocimiento que tiene en su centro la comprensión del hombre y su mundo.

Un siglo antes se habría dicho que se trata de una convicción del orden de lo filosófico, pero hoy no es tan fácil hacerlo, sobre todo si se tiene en cuenta que Lotman semeja estar hablando hacia un futuro inevitable, lógico o deseable.

Busca así ocupar un lugar en el debate típico de la modernidad y la contemporaneidad acerca de si las diversas ramas y disciplinas que constituyen el conocimiento humano tienden a segmentarse cada vez un poco más en la búsqueda de objetos claros, precisos, miniaturas bien recortadas que posibilitan el desarrollo de metodologías rigurosas, el establecimiento de modelos adecuados y el estudio en profundidad de esa porción del mundo, o si, por el contrario, la tendencia es a la simplicidad y la convergencia en una ciencia grande y única, omniabarcativa, que ha sido capaz de engordar en sabiduría a partir de todo lo que los investigadores y estudiosos han ido acumulando a lo largo de los siglos.
Lotman, entonces, tienta un lugar en esta polémica, pero hace a la vez la salvedad de que el hecho de que la pregunta, el dilema o la elección puedan ser planteados se debe a ciertas condiciones de posibilidad históricas y de pensamiento que -por afuera, englobantes- admiten que la interrogación sea concebida.

En su mencionado último libro Universo de la mente intentó resumir, una vez más, un modelo espacial para explicar ese desarrollo de la comunicación y la cultura. El espacio cultural, al que llama semiosfera, hace posible la existencia del lenguaje, fuera de él constituiría una imposibilidad. Sería éste, por lo tanto, un espacio semiótico, es decir cargado de signos, heterogéneo, en constante transformación pero al mismo tiempo unificado. “El signo es el modelo de su contenido”, ha escrito, definición que deja en claro que Lotman no acepta el principio de arbitrariedad entre el significante y el significado postulado por Saussure, de quien sí, como se ha señalado antes y se insistirá más adelante, aprovecha otras indicaciones conceptuales. Su definición es más bien de inspiración peirceana; la observación vale en tanto y en cuanto, como el lógico y semiótico estadouniense, Lotman piensa a la vez a la semiótica como metasemiótica (dado que todo es signo, diría Peirce, es imposible que se arribe a otra conclusión razonable).

Dice la última de las mencionadas tesis:

La investigación científica no es sólo un instrumento para el estudio de la cultura sino también es parte de su objeto. Los textos científicos, siendo metatextos de la cultura, pueden considerarse al mismo tiempo como sus textos. Por lo tanto, cualquier idea científica significativa puede considerarse tanto un intento de conocer la cultura como un hecho de su vida a través de la cual se reflejan los mecanismos de su generación. Desde este punto de vista, podemos plantear la cuestión sobre los estudios estructurales-semióticos modernos como fenómenos de la cultura eslava (el papel de las tradiciones checa, eslovaca, polaca, rusa y otras).

Debe anotarse que al volver en el cierre sobre los “fenómenos de la cultura eslava”, de hecho Lotman y sus colegas dejan planteada, casi con el énfasis de la humildad intelectual, el alcance estrecho de sus generalizaciones precisamente porque son el producto de un cierto aquí y ahora cultural y, por lo tanto, tributarias inevitables de las limitaciones que impone su origen.

De la biósfera a la semiosfera

Vladimir Ivanovich Vernadsky (1863-1945) fue un especialista y geoquímico, y sus reflexiones acerca de la noosfera fueron una decisiva contribución al “cosmocentrismo ruso”, un escuela que a comienzos del siglo veinte se creó a partir de una mezcla de elementos religiosos provenientes de la iglesia cristiana ortodoxa, un reflexión ética sobre los principios humanistas a los que debe añadirse un componente más específicamente científico tomado inicialmente de la teoría de la evolución y la biología en general más la astronomía de gran alcance; es decir, una particular y curiosa fundición de las tradiciones de Oriente y Occidente.
Vernadsky fue fundador de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania y en 1926 dio a conocer el volumen que le daría más fama, La biósfera.

A través de este tomo Vernadsky popularizó una noción que provenía de un investigador anterior a él, Eduard Suess, quien al parecer fue el creador del neologismo biósfera. Suess fue el fundador de disciplinas como la geoquímica, la biogeoquímica y la radiogeología. Por este camino, Suess utilizaba el concepto de biósfera para sostener la hipótesis de que la vida es la fuerza geológica que da forma a la Tierra.

Suess había nacido en Londres en 1831; murió en otra importante ciudad europea, Viena, en 1914. Se formó como geólogo y se convirtió en un experto en la geografía de los Alpes. Entre 1885 y 1901 publicó una suerte de compendio de sus principales ideas en el volumen llamado El rostro de la Tierra, que durante años fue recomendado por maestros y profesores como libro de texto en buena parte del viejo continente. En sus páginas aparece de manera insistente y repetida bioesfera como noción privilegiada:

…algo parece ser ajeno a este cuerpo celestial integrado por diversas esferas, que llamamos vida orgánica. Pero esta vida está confinada a una zona determinada, la superficie de la litósfera. Las plantas, cuyas extensas raíces se hunden en el suelo para buscar alimento y que al mismo tiempo se alzan en busca del aire que les permita respirar, proporcionan una buena ilustración de la vida orgánica que se encuentra en la región en la que interactúan la esfera superior y la litósfera, y sobre la superficie de los continentes es posible individualizar una biósfera independiente,

explicó Suess.

De manera analógica a aquel concepto -y a otros más extendidos y simples como atmósfera- surgió el de noosfera, que deriva del griego nous, mente, y que fue utilizado en un comienzo tanto por el mencionado Vernadsky como por Teilhard de Chardin. Su definición literal es “esfera del pensamiento humano”.

Si se tiene en cuenta el marco de la concepción de Vernadsky, en la sucesión de la fases de desarrollo de la Tierra, la noosfera ocupa el tercer lugar; viene después de la primera, la geoesfera, compuesta por la materia inanimada, y la segunda, la biósfera, o vida biológica. Siguiendo la lógica de su exposición, del mismo modo que la aparición de la bioesfera transformó radicalmente la inicial geoesfera, la emergencia del conocimiento humano ha transformado con fuerza la biósfera. La idea de noosfera de Vernadsky -siguiendo una línea que, según se la quiera ver y como antes se indicó, puede entrar en contacto con ciertas apreciaciones de cuño trascendentalista que se sucedieron en el siglo veinte y hasta hoy- indica que el carácter de esa irrupción del intelecto humano se manifiesta incluso en la “trasmutación de los elementos”. Con una inspiración reacia a cualquier tipo de misticismo, sin embargo se puede considerar a Lotman en contacto con esta tradición.


Lotman escribió acerca de la virtud que tiene el análisis de la cultura que se realiza a partir de las nociones de lenguaje y comunicación:

El análisis de la cultura desde este punto de vista nos asegura que es posible describir los diversos tipos de cultura como tipos de lenguajes particulares y que, de esta manera, pueden aplicárseles los métodos usados en el estudio de los sistemas semióticos.

En la cita queda esbozada la base de la semiótica de la cultura como programa de investigación. Ahora bien, ¿qué hay para decir sobre el objeto que se pretende estudiar?, o en otros términos  ¿qué entiende Lotman por cultura? La cultura, precisa, es “todo el conjunto de la información no genética”, la cultura es “la memoria común de la humanidad o de colectivos más restringidos nacionales o sociales”. Explica a continuación para que no se lo malentienda:

(…) el término memoria se usa (…) en el sentido que se le da en la teoría de la información y en cibernética, es decir, facultad que poseen determinados sistemas de conservar y acumular información.

Lotman abreva en una noción de comunicación “dura”, que parece provenir más de los viejos modelos matemáticos de posguerra (se podría recordar aquí a Roman Jakobson), la teoría de la información y la cibernética, antes que de estimaciones más “blandas” relacionadas con la antropología o la sociología, al menos consideradas desde cierta perspectiva general. El punto debe señalarse puesto que investigadores como Eco subrayan que toda semiótica, de hecho, se convierte en una teoría general de la cultura, es decir que viene a ocupar el lugar antaño reservado para  la antropología cultural.

Ahora bien, ¿qué debe entenderse por semiosfera? Al parecer ocurre seguido en la ciencia que aquellos conceptos que se ofrecen como centrales de una determinada perspectiva teórica terminan siendo, a contrapelo de lo que podría estimar el sentido común, los más difíciles de definir. Quizás sea así porque en el trabajo conceptual continuo que su autor desarrolla va convirtiendo ese concepto central en un núcleo dotado de la suficiente fuerza y plasticidad como para posibilitar sus desplazamientos.
Se debe decir primero que algunos autores, sin hacer mayor diferencia, entienden que semiosfera es un sinónimo simple y directo de cultura y que como tal es elaborado por la Escuela de Tartu. De hecho son intercambiables siempre y cuando primero se entienda a qué refieren los investigadores estonianos cuando hablan de “cultura”.

También podría definirse bien rápidamente la semioesfera como el conjunto de los lenguajes que constituyen una cultura o como el conjunto de todos los textos existentes o posibles. “El concepto de semiosfera de Lotman subsume todos los aspectos de la semiótica de la cultura, todos los sistemas semióticos heterogéneos o ‘lenguas’ que están constantemente cambiando y que, en un sentido abstracto, tiene algunas cualidades unificadoras”, sostiene al respecto Irene Portis-Winner (Semiotics of Peasants in Transition. Slovene Villagers and Their Ethnic Relatives in America, Durham, London, Duke University Press, 2002).

Otra bibliografía intenta acercar más precisiones. Dice Julieta Haidar en su escrito “La complejidad y los alcances de la categoría de semiosfera”:

(…) la semiosfera es una categoría dialéctica y hay que enfatizar este rasgo para no ligarla simplemente a un funcionamiento sistémico estructural, como suelen hacer algunas lecturas. Además, es una categoría polísémica, porque la podemos entender de dos maneras:

La semiosfera general  que abarca todo lo cultural, en donde están funcionando una infinidad de lenguajes y textos  (incluso con la posibilidad de que los textos puedan preceder algunos lenguajes, como plantea Lotman);

y en el segundo sentido, la semiosfera general de la cultura está conformada por semiosferas específicas, particulares y cada una de éstas a su vez está constituida por lenguajes y textos.

De acuerdo con los dos sentidos, ambos operativos, la aplicación es distinta: en la primera forma, tenemos sólo conjuntos de lenguajes y textos en la semiosfera; en la segunda posibilidad, la semiosfera general como toda la cultura, está conformada por varias y diferentes semiosferas específicas en las cuales están en funcionamiento dialéctico los textos y los lenguajes. Hasta este momento, nos parece que no hay una exclusión entre los dos modos de entender la categoría y sus funcionamientos, aunque nos parece más operativo adoptar la segunda propuesta para analizar las distintas semiosferas, como de la música, de la culinaria, del espacio, de la pintura, etc.

(El texto se presentó en el I Encontro Internacional para o estudo da Semiosfera. Interferências das diversidades nos sistemas culturais, celebrado en São Paulo, Brasil, 22-26 de agosto de 2005.
Una versión del mismo se puede leer completa en http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre6/haidar.htm)

El propio Lotman parece ofrecer en sus diversas publicaciones usos del término que habilitan las diversas acepciones y matices, con lo cual de hecho cede a sus lectores más y menos especializados la “traducción” del mismo.

La semiosfera, en consecuencia, es un “espacio semiótico fuera del cual es imposible la idea misma de la semiosis”, y por lo tanto el sentido mismo. Las lecturas críticas de la teoría semiótica de Peirce suelen insistir en este punto y lo llevan al extremo: fuera de la semiosis no puede haber pensamiento; todo es de un cierto orden anterior incognoscible por definición, la negrura, el caos, la muerte, el no ser, o como quiera llamárselo, lo cual es indiferente en el punto en que se trata no de un “existente” sólo concebible como conjetura, hipótesis o necesidad lógica.

Cultura, texto, límite

La definición, determinación y clasificación de los textos sigue camino similar al que antes se indicó para la cultura y aquí se retoma.
Dentro de las tesis se señala precisamente:

En las investigaciones de naturaleza semiótico-tipológica el concepto de cultura se percibe como fundamental. Al hacerlo deberíamos distinguir entre el concepto de cultura desde su propio punto de vista y desde el punto de vista del metasistema científico que lo describe. Según la primera posición, la cultura tendrá la apariencia de una cierta esfera delimitada que está opuesta al fenómeno de la historia, experiencia o actividad humana que se encuentra fuera de ella. De modo que el concepto de cultura está inseparablemente relacionado con su oposición a la ‘no-cultura’. El principio según el que se hace esto (la antítesis de la religión verdadera y la profanidad, de la ilustración y la ignorancia, de la pertenencia a cierto grupo étnico o no-pertenencia, etc.) pertenece al tipo de la cultura dada. Sin embargo, la misma oposición de la inclusión en una esfera cerrada y la exclusión de ella constituye un rasgo significante de nuestra interpretación del concepto de cultura desde el punto de vista ‘interior’. Aquí ocurre la absolutización característica de la oposición: parece que la cultura no necesita su contra-agente ‘exterior’ y puede ser comprendida inmanentemente.

Y un poco después:

(…) la definición de cultura como la esfera de la organización (información) en la sociedad humana y su oposición a la de la desorganización (entropía) es una de la muchas definiciones dadas ‘desde dentro’ del objeto que se está describiendo, que es una evidencia más del hecho de que la ciencia (en este caso, la teoría de la información) en el siglo XX no es sólo un metasistema sino también parte del objeto que se describe, ‘la cultura moderna’.

Ferdinand de Saussure llamó la atención en su Curso de lingüística general acerca de una cuestión de la cual la semiótica contemporánea no ha dejado de sacar conclusiones y consecuencias. De acuerdo con el lingüista ginebrino todo el misterio de la significación se nutre en última instancia en un juego más o menos complejo de identidades y diferencias. La cultura en general o, mejor, cada cultura nacional y epocal supone para Lotman un espacio semiótico integrado, que a su vez se articula en ese todo de tiempo y espacio abstractos que es la semiosfera. Dentro de esa totalidades posible reconocer las unidades menores que la constituyen, por eso, como ha indicado el especialista Gian Paolo Caprettini (“La noción de límite en la semiótica textual de Iuri M. Lotman”, en Entretextos, 4, Granada, noviembre de 2004):

El límite, precisamente, es un concepto y una metáfora a la vez. ¿Qué ocurre en un límite? Pues que dos “cosas” diferentes a la vez se tocan (se juntan) y se separan, y ese movimiento doble es el que posibilita el reconocimiento de lo uno, la individualidad, y la certidumbre de que tal individualidad es en el fondo simplemente la oposición al otro, carece de otra sustancia que no sea esa diferencia.

Para Caprettini la noción de límite es central en Lotman y vuelve una y otra vez en sus diferentes análisis. Cuando analiza un personaje o la trama de un tragedia tanto como cuando intenta elaborar y una tipología de las culturas. Afirma: “la semiosfera (está) gobernada en sus distinciones y conexiones precisamente por el concepto de límite”.

El descubrimiento de la importancia de la noción de límite puede buscarse en los trabajos que Lotman le dedicó a los fenómenos artísticos. Ocurre que, a diferencia del lenguaje cotidiano, cuyas unidades se nos brindan más o menos directamente así como las normas de su encadenamiento sintáctico, no ocurre lo mismo con la lengua artística. Siguiendo la huella trazada por el formalismo ruso, Lotman observa que los textos artísticas son ambigüos, oscuros (Lotman a la manera de Iuri Tinianov habla de una “densidad del sentido”) y por lo tanto incluso se dificulta percibirlos en su unidad, es decir a través de una definición única.


La vida de la cultura como sistema determina que la información que ha sido acumulada permita reconocer los textos culturales y producirlos. Texto remite aquí a producto del acto de la comunicación, que como tal ha debido materializarse en algún tipo particular de sistema de signos o en varios de ellos a la vez.
En el sentido amplio que desde hace décadas ya la semiología y el análisis del discurso han incorporado texto es tanto una película como un poema, un afiche publicitario como la novela Rayuela, el álbum blanco de los Beatles y el volante que se reparte a la entrada a la universidad o la disposición de los cuerpos de los trabajadores de una empresa metalmecánica de Rosario que se disponen sobre la ruta para impedir el paso y así protestar públicamente contra los despidos que se han producido en su fábrica.

Queda claro, entonces, que esa codificación en un cierto sistema de signos en algunos casos pueden ser bien clara, inmediata y fácilmente detectable y analizable, como cuando el investigador estudia cierta “porción” lingüística o la primera plana de un diario donde destaca una foto inmensa acompañada por un gran titular, o mucho más difusa e hipotética como cuando lo analizable son los gestos, los cuerpos y cierta disposición de los objetos. De cualquier modo, cuando unos renglones más arriba se brindó el ejemplo de una protesta obrera se lo hizo con toda la intención de que se percibiera que la historia ya se encargado de que cualquier argentino note en ese fenómeno social una determinada dimensión retórico-simbólica.

¿Qué camino seguir para la determinación de qué es un texto, cómo se lo debe definir, cómo trabajar sobre  y con él, de qué manera clasificarlo en su diversidad y transformación…? Lotman contesta en un artículo que se llama “La semiótica de la cultura y el concepto de texto” (publicado en Escritos. Revista del Centro de Estudios del Lenguaje, 9, México, Puebla, 1993, páginas 15-20, traducción del ruso de Desiderio Navarro):

En la dinámica del desarrollo de la semiótica durante los últimos quince años se pueden captar dos tendencias. Una está orientada a precisar los conceptos de partida y a determinar los procedimientos de generación. La aspiración a una modelización exacta conduce a la creación de la metasemiótica: devienen objeto de investigación no los textos como tales, sino los modelos de los textos, los modelos de los modelos, y así sucesivamente. La segunda tendencia concentra su atención en el funcionamiento semiótico del texto real.

Mientras que, desde la primera posición, la contradicción, la inconsecuencia estructural, la conjunción de textos diversamente estructurados de maneras diversas dentro de los límites de una sola formación textual y la indefinición del sentido son rasgos casuales y "no funcionantes", suprimibles en el metanivel de la modelización del texto, desde la segunda posición son objeto de especial atención. Aprovechando la terminología saussureana, podríamos decir que en el primer caso el habla le interesa al investigador como materialización de las leyes estructurales de la lengua, y en el segundo, pasan a ser objeto de la atención precisamente aquellos aspectos semióticos que divergen de la estructura de la lengua.

En La semiosfera. Semiótica de la cultura y del texto  (tomo I, selección, traducción y prólogo por Desiderio Navarro, Madrid, Cátedra, 1996) Lotman escribió: “el límite es un mecanismo bilingüístico que traduce las comunicaciones que proceden del exterior al lenguaje interior de la semiosfera y viceversa” (citado por Caprettini).

Así la noción de límite es esencial para distinguir entre texto y no texto, y Lotman intenta demostrarlo en sus estudios sobre la literatura y el arte. Muestra como los comienzos y los finales, el sistema del titulado  y las “frases de apertura” y cierre de los objetos literarios buscan formas fuertes de codificación para que así sea posible su reconocimiento y se los establezca como objetos concluidos, cerrados, en tanto  principio y fin. Los diferentes textos contarán en cada caso con formas de delimitación particulares, pero en el fondo similares en su disposición y funcionamiento a éstas que se destacan para las obras literarias.

Una vez establecidas las fronteras, el análisis del texto literario que se propone como modelo posible para los textos en general no difiere en mayor medida de aquel que acercaron como propuesta los estructuralistas franceses. Es decir, su descomposición en una serie de niveles todo ellos a la vez parcialmente abiertos y cerrados (nivel fonológico, sintáctico, etc.). “Cerrados” en tanto conservan una cierta autonomía y “abiertos” dado que su naturaleza misma es la de englobar niveles menores e integrarse a niveles mayores-. Aunque la noción de límite opera en realidad no en la consideración de este tipo de textos en su nivel más “bajo”, es decir de estructura primaria que sólo remite a un cierto ordenamiento de señales, sino en la integración de su estructura secundaria o compleja, que es precisamente aquella que determina finalmente que el texto en cuestión se reavive con cada nueva lectura y parezca de hecho inagotable en su capacidad semántica.

La noción de texto, cabe agregar, muestra hasta qué punto la semiótica de la cultura de Lotman se aleja de las posiciones de la autonomía propias de los formalistas rusos para acercarse más bien a las consideraciones, polémicas de los anteriores, elaborada por el Círculo de Bajtín. Jorge Lozano escribió al respecto:

(…) la propuesta de Lotman que altera toda una tradición inmanentista en el modo en que la semiótica ora heredera del estructuralismo ora del método formal o formalismo, encaraba su objeto de análisis, esto es el texto o dispositivo pensante, como lo llama Lotman. El texto se veía como una entidad separada, aislada, estable y autónoma. Tras los trabajos de Lotman el texto se ve como un espacio semiótico en el interior del cual los lenguajes interactúan, se interfieren y se autoorganizan jerárquicamente. Puesto que la dimensión del signo no es pertinente -como enseñó Hjelmslev-, la cultura en su totalidad puede ser considerada como un texto pero, como advierte Lotman, es un texto complejamente organizado que se descompone en una jerarquía de «textos en los textos» y que forman complejas tramas de textos. Así, puesto que la propia palabra «texto» encierra en su etimología el significado de trama, se le devuelve al concepto «texto» su significado inicial. Al hablar del «texto dentro del texto» se quiere subrayar el papel de los límites del texto, ya sea de los externos que lo separan del no texto, ya sea de los internos que dividen sectores de diferente codificación.

Lozano reseña a continuación un ejemplo histórico que acerca el propio Lotman para que se entienda su postulación:

En Cultura y explosión Lotman pone el ejemplo de cómo, sobre el fondo de una tradición que incluye el pedestal o el marco en el dominio del no texto, el arte de la época barroca lo introduce en el texto transformando por ejemplo el pedestal en una roca y ligándolo de manera temática en una única composición con la figura. El ejemplo que da Lotman como característico de la inserción del pedestal en el texto del monumento es la roca sobre la cual Falconet situó su estatua de Pedro el Grande en San Petersburgo.
«Paolo Trubeckoi, al proyectar el monumento a Alejandro III, introduce en él una cita escultórea de la obra de Falconet: el caballo puesto sobre una roca. La cita tenía, sin embargo, un sentido polémico: la roca que bajo los zócalos de Pedro confería a la estatua un empuje hacia adelante, en Trubeckoi se transformaba en barranco y abismo. Su caballero había cabalgado hasta el límite y se había detenido pesadamente sobre el precipicio». Al parecer el sentido era tan explícito que ordenaron al escultor sustituir la roca por el tradicional pedestal.
Como la «memoria del género» introducido por Bajtin, el texto, para Lotman, restaura el recuerdo y genera nuevos sentidos. Merece la pena traer aquí la disputa entre la señora Prostakova y su siervo, el sastre Trishka, que tanto le gustaba a nuestro autor:

SRA. PROSTAKOVA:... un sastre aprende de otro, éste de un tercero; pero el primer sastre ¿de quién aprendió? Contéstame, bestia.
TRISHKA: Pues, el primer sastre puede que cosiera incluso peor que yo.

Frente a la herencia formalista que veía el texto como un sistema cerrado, autosuficiente, organizado sincrónicamente y aislado (aislado no sólo en el tiempo -del pasado y del futuro- sino aislado también espacialmente del público y de todo aquello que se situara fuera del mismo texto), Lotman, que alguna vez dijo «el texto crea a su público a imagen y semejanza», ve en el texto la intersección de los puntos de vista entre el autor y el público.

En este aspecto se deberían marcar también los reparos y matices que obligadamente deben introducirse a continuación cuando se clasifica a la corriente de la semiótica de la cultura como la versión acuñada en Tartu de la corriente estructuralista europea.

Sistemas modelizantes primarios y secundarios

En “La semiosfera. Semiótica de la cultura y del texto” (Universidad de Valencia, Frónesis, 1995) y dentro del desarrollo de los fundamentos de su “semiótica de la cultura”, Lotman esboza su ya clásica distinción entre los sistemas modelizantes primarios y  los sistemas modelizantes secundarios.  

Los primeros son aquellos propios de las lenguas naturales, los segundos tiene que ver con la literatura, las artes, las ciencias, la religión, los mitos, etc. Hay en la distinción una derivación evidente de la clasificación propuesta por Mijail Bajtín para distinguir a los géneros discursivos primarios o simples de los secundarios o complejos como las formas en que los hombres organizan los enunciados que los vinculan y posibilitan ordenar las diversas y cambiantes esferas de la vida social.
Que la lengua constituya una modelización quiere decir que organiza la visión social e individual del mundo; tal punto de vista  es en consecuencia una valoración (en este punto también se puede observar una directa relación de las afirmaciones de Lotman con las de Bajtín y Valentín Voloshinov).

Para decirlo en unas pocas palabras que en otros autores del campo de la semiología y la semiótica se suele encontrar de manera más o menos similar: los lenguajes modelizan la relidad, o sea,  le dan forma.

Que haya muchos lenguajes significa, además,  que son muchas las modelizaciones posibles, afirmación que se puede entender también como la forma lotmaniana de dar cuenta del fenómeno de los contextos múltiples y los desplazamientos de la interpretación de todo texto y, por lo tanto, de la riqueza semántica que los nutre. La noción de cultura que proporciona Lotman es esencialmente dinámica.
Por otra parte se deben advertir que unas modelizaciones se integran  en las otras. Las modelizaciones secundarias se apoyan y nutren de las primarias, a las cuales a la vez arrancan de su contexto “natural” para arrojarlas a una profunda resignificación. Nuevamente el ejemplo más claro lo proporciona la literatura y basta como ilustración señalar el carácter distinto que cobra una simple expresión de aburrimiento o agobio cotidiana (“ufa”, “sigamos”, etc.) colocado en la boca de un cierto personaje en medio de una cierta acción y un conjunto de complejas relaciones con otros personajes, una cierta perspectiva de narración, etc.  

De todo lo expuesto se deduce la importancia de las nociones lotmanianas de frontera o límite, de filtros y de barreras. Las primeras ya fueron mencionadas como aquellos términos que dan cuenta de las operaciones que la cultura realiza para cortar, separar, distinguir y clasificar, aunque sea momentánea y efímeramente en muchos casos, las unidades dentro del torrente de la totalidad semiótica. Los filtros posibilitan la descripción de los mecanismos de “traducción” de un sistema semiótico a otro, mecanismos que muchas veces funcionan como barreras en tanto y en cuenta están concebidos maquinalmente para frenar ciertas formas y contenidos y dejar pasar a otros.

De acuerdo con lo anterior un texto artístico soporta sobre su cuerpo una doble codificación. Un ejemplo claro lo da Lotman y otros integrantes de la escuela de Tartu en sus análisis de novelas modernas.
Al igual que las escuelas estructuralista y posestructuralistas francesas, de Roland Barthes a Michel Foucault y Julia Kristeva, los tartusianos se mostraron igual de insatisfechos con las implicaciones y derivaciones teóricas y metodológicas del concepto tradicional de “obra” y, al igual que aquellos y aunque sea materia de debate si lo hicieron exactamente por las mismas razones conceptuales e ideológicas, lo cierto es que levantaron en su lugar la ya mencionada noción de “texto”. El cambio supone un ataque frontal a todos aquellos predicados de unitario, indivisible, cerrado e inmanente que caracterizan a la obra; el texto, por el contrario, es un objeto privilegiado de la semiótica de la cultura precisamente porque en él se entrecruzan de manera vívida las dos líneas de la doble codificación antes señalada y se espectacularizan en su fuerza y dinamismo. Recurriendo a una metáfora se puede decir que la novela es un caleidoscopio donde dan vueltas, ya se muestran extremadamente coloridos ya se esconden en el claroscuro las relaciones entre los más diversos mundos semióticos.

El sentido como producto único del mensaje que prescribía la noción de obra para todo artefacto literario se ve reemplazado por la controversia de significaciones vivas y cambiantes que caracterizan al texto literario en tanto texto. La pasividad se transforma en actividad y dinamismo. Ese mismo camino es el que recorre la interpretación del texto, y el lector entendido como mero reproductor de un conjunto de instrucciones directas desparramadas por el autor sobre la superficie de la obra se convierte en un verdadero “traductor” entre lenguas, culturas y mundos semióticos.
La concepción que se desprende de la semiótica de la cultura para el tratamiento del texto artístico y la figura del lector se asemeja a la del interpretante (depositario último de la semiosis ilimitada o infinita, vale recordarlo) en la teoría del estadounidense Charles Peirce.
Si bien no utiliza la noción bajtiniana de la intertextualidad, Loman sostiene que su concepto de texto y por obvias razones de sus implicancias teóricas jamás podría considerar como  “generador textual operante” mínimo al texto aislado (de algún modo dentro de su perspectiva “texto aislado” es un sinsentido); un texto, y valga el juego de palabras, se define en relación a un contexto, o sea a un sinnúmero de textos otros que lo rodean, anteceden y siguen, y un cierto hábitat semiótico.

En relación con la literatura en sí Lotman explicó que su análisis necesariamente ha llevado a los investigadores por dos caminos excluyentes, el de la inmanencia y el de la función, y la relación entre una variante y la otra añade una serie de problemas no siempre fáciles de superar (aunque la teoría de la cultura y del texto lotmaniana siempre apuntó en ese sentido). Lotman sintetizó así la cuestión:

No existe una relación simple y automática entre la función de un texto y su organización interna: la fórmula de relación entre estos dos tipos estructurales toma una forma diferente en cada tipo de cultura, de pendiendo de los modelos ideológicos más generales. Esta correlación quizás pueda ser definida en la siguiente generalísima e inevitable manera esquemática: el surgimiento de cualquier sistema de cultura acarrea la formación de una determinada estructura de funciones características a esa cultura y al establecimiento de un sistema de relaciones entre funciones y texto.

(“El contenido y la estructura del concepto literatura”. Artículo traducido por la alumna Mía Maestro como ficha interna de la cátedra de Teoría y Análisis Literario I, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1994.)

Para Lotman aquello que posibilita la diferenciación del texto literario de otra clase de textos es precisamente que su estructura interna es isomórfica con relación a la cultura a la que pertenece, de la cual repite “los principios generales de su organización”.
En síntesis:

La literatura nunca constituye un cuerpo homogéneamente amorfo de textos: no es sólo una organización, sino un mecanismo que se organiza a sí mismo. En el grado más alto de organización, la literatura delinea un nivel de textos que están en un nivel más abstracto que la entera masa restante masa de producciones, los metatextos. Éstos son normas, reglas, folletos teóricos y artículos críticos, que hacen volver a la literatura sobre sí misma, en una forma evaluativa estructurada y organizada. Esta función organizadora consiste en dos tipos de acciones: la exclusión de una categoría definida de textos del circuito de la literatura y de sus organizaciones jerárquicas, y la evaluación de los textos restantes.

Tales acciones expulsivas se dan no sólo en un nivel sincrónico, sino también cuando se considera la dimensión diacrónica.: “los textos que fueron escritos antes del surgimiento de normas explícitas o que no se corresponden con ellas son declarados no literatura”.
Lotman, finalmente, agrega otra dimensión que es la que corresponde a la valoración de las obras:

Junto con la inclusión o la exclusión de ciertos textos de la esfera literaria, opera otro mecanismo: aquél de la distribución jerárquica de los textos literarios y de su descripción de valores. Dependiendo de una u otra posición cultural, las bases de la distribución pueden ser normas de estilo, asuntos referentes al tema, la conexión con concepciones filosóficas específicas, o el cumplimiento o la violación de un sistema de reglas genéricamente aceptado. Pero el principio en sí mismo de la descripción jerárquica y valorativa es invariable: dentro de la literatura los textos también son colocados en relación al “arriba” y “abajo” axiológico, o alguna esfera neutral intermedia.

En ese mapa que involucra en su trazado las formas literarias “altas” y “bajas” lo fundamental es advertir que la vida estética se nutre del conflicto que, por lo tanto, es la energía imprescindible que le sirve de alimento y sobrevida: “la victoria de cualquiera de las dos significa el estancamiento de la literatura como conjunto”, concluye Lotman sus observaciones sobre “El contenido y la forma del concepto ‘literatura’”.


Continuidad y explosión

En su último libro, el ya citado Cultura y explosión, Lotman apela a la figura del “estallido” para volver a una constante de su obra que es el análisis de los procesos que desencadenan la dinámica cultural. La “explosión” da cuenta, por un lado de la heterogeneidad y multiplicidad de sistemas de la cultura (su complejidad, la  articulación de niveles diferentes) y, por el otro, intenta iluminar los modos de funcionamiento del amplio conglomerado de información que convencionalmente se denomina  cultura.
El lugar privilegiado que ocupa el arte, subraya Lotman, está dado porque éste en sus diversas manifestaciones brinda “efectos explosivos” más importantes El carácter libertario con que el arte enfrenta a la realidad material es “explosivo”, busca evitar las normas que lo sujeten e impidan sus movimientos. Así se puede ver con claridad en la literatura, sobre todo en la moderna, pero la predicación es aplicable también a otros campos estéticos; de hecho se cumple al respecto la máxima de que la semiosfera es múltiple en sus temas y contenidos pero se muestra más homogénea cuando se descubren y analizan en les mecanismos que la hacen funcionar. Existe por lo tanto una correspondencia a revelar, y es aquella con la que los fenómenos estéticos se producen en artes plásticas, música, arquitectura y en otros espacios simbólicos; correspondencia se ve elevado al lugar del concepto y clave de comprensión y el trabajo del crítico se vuelve imprescindible para el establecimiento de una tal calidad.

Lotman parece en estos escritos oponerse a la especialización parcelada para juzgar los diferentes campos del arte y postula una visión unitaria. En una de sus ilustraciones del camino a seguir para el estudio de la cultura toma una forma emblemática del modo en que se constituye el universo del arte: el interieur.  Esa suerte de mezcla forzada y armónica convivencia en el espacio de la sala burguesa que envuelve a los muebles, objetos decorativos, libros de épocas distintas, un instrumento musical (tradicionalmente el piano), algunas pinturas; constelación a la que desde hoy podríamos agregar una televisión, una radio, revistas sobre la mesa junto a un ipod y un teléfono celular, fotografías en las paredes, a un costado el escritorio con la computadora…

Ahora bien, debería ser claro a esta altura que es impensable un cierto interior sin el exterior que es su contrapartida y, a la vez, condición de posibilidad. El interior, en consecuencia, se vuelve representación de la cultura y del texto que se constituyen a partir y en razón de la idea de frontera que divide el adentro y el afuera. La frontera es el filtro y la barrera que permiten que ingresen ciertos elementos y no otros, y se prepara así para la asimilación y “reconversión” de los mismos. El trazado de la frontera es dinámico y movible; necesita tal libertad para garantizar un pleno desarrollo de la actividad de la digestión (la “traducción”) que transforma lo ajeno en propio, lo convierte lisa y llanamente en información.

La desorganización del afuera es directamente proporcional a la integración y el ordenamiento del interior.

Por otra parte, cada obra arrastra su propio contexto; no sólo “convive con obras de otros géneros, sino también de otras épocas”, dice Lotman y afirma seguido que aquellos “interiores” constituidos exclusivamente por objetos de un estilo único producen una impresión de monotonía. Le interesa, pues, además de la valoración de los objetos o a través de ella, la descripción de los criterios que han posibilitado que sean esos objetos artísticos y no otros los que aparezcan relacionados.

Las impresiones de suma heterogeneidad semejan partir y moverse en direcciones opuestas, pero la impresión primera a poco andar hace lugar a la certidumbre de que en verdad el arte se expresa en series; los hombres no traman su relación y consumo de los textos artísticos en forma aislada; de manera más o menos conciente, la experiencia social es la de su integración en un mundo perceptivo común que reconoce algún centro organizador, aunque éste asome siempre de manera inestable.

Cultura y explosión vio su publicación unos meses antes de que Lotman muriera. Más  que escrito por su autor, y producto de sus últimos años de enfermedad, el libro fue dictado.  Se trata de alguna manera de un testamento intelectual, dado que las No-memorias que también dictaba no pudieron ser completadas y sólo brindan un acercamiento parcial a su vida y obra.

El especialista Jorge Lozano escribió  a manera de balance en la introducción que abre la versión castellana de Cultura y explosión:

En estas más de tres décadas de investigaciones semióticas se ha ido modificando y redefiniendo el propio campo de la disciplina que comenzó considerándose justamente «la ciencia de la comunicación», fue desarrollándose en un ambicioso proyecto de crear una tipología de la cultura y últimamente ha ido perfilando una teoría e historia de la cultura como el propio Lotman define a la semiótica estableciendo nuevas fronteras y revisando o rechazando sus propios conceptos, rehusando «la pesadilla de la ortodoxia metodológica» como gustaba de decir. En diferentes escritos Lotman se ha referido a la serpiente como símbolo de la sabiduría. En sus No-memorias (Ne-memuary) se puede leer:

La serpiente crece, cambia de piel. Es la exacta expresión del progreso científico. Para permanecer fiel a sí mismo el proceso de desarrollo cultural debe mudar repentinamente en el momento oportuno.
La vieja piel está ahora estrecha y frena el crecimiento en vez de favorecerlo. En el curso de mi actividad de estudioso la Escuela de Tartu y yo a veces hemos debido liberarnos de la vieja piel...
Sólo queda esperar que después de haberse liberado de la piel, la serpiente cambiando de color y aumentado de tamaño, mantenga la propia integridad.

Particularmente la metáfora de la explosión devuelve a una discusión más general que desde hace más de un siglo se lleva adelante con énfasis diversos en el interior de las ciencias sociales y de las ciencias en general y que tiene que ver con la respuesta metodológica que se brinda a la pregunta a cerca de si conviene estudiar un objeto (en este caso la cultura) como un lento proceso de desenvolvimiento que más bien tiende a generar la idea de inmovilidad y permite con mayor facilidad inspeccionar la estabilización de leyes generales, o si es preferible acercarse a él en el momento del quiebre, de la crisis y el cambio brusco. En este segundo caso es la explosión el momento de revelación de un funcionamiento global, ese instante en el cual la verdadera naturaleza del fenómeno se transparenta.
Según se lo veo se trata del debate que abre en su Curso de lingüística general en torno a la sincronía y la diacronía, la quietud y el cambio, o que, en otra área, la de la epistemología, fogoneó el estadounidense Thomas Kuhn con su idea de la “revolución científica” que buscaba sepultar la comprensión de la ciencia como un infinito e ininterrumpido proceso de acumulación y sedimentación de saber. El término “explosión” posibilita ver claramente y de inmediato cuál es la dirección que han tomado Lotman y la Escuela de Tartu aun cuando han insistido una y otra vez con que no se trata necesariamente de perspectivas exclusivas e incompatibles -inconmensurables entre sí, como señalaba Kuhn para describir la naturaleza de los paradigmas científicos- y que muy bien puede concebirse al investigador metiendo la mano en una y la otra bolsa según lo necesite para llevar adelante su tarea y resolver los problemas que de continuo debe enfrentar.


De cualquier modo, la lección misma de la imagen de la explosión, que es inimaginable para titular y guiar sus trabajos de unas décadas atrás, quizás lleva sobre el final la memoria de aquellos fogonazos de la vanguardia formalista rusa abrevando de cuyas ideas y polémicas alguna vez Yuri Lotman comenzó su formación intelectual.


Jorge Warley
Universidad Nacional de La Pampa
Santa Rosa, 2009


1 comentario:

  1. Jorge, muchas gracias por el texto digitalizado, tengo tu libro impreso, es de alto nivel académico. LO uso en mis clases.
    Un abrazo, Luis

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