Ficha
de trabajo número 2
Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación. La nueva
retótica: el acuerdo, las bases de la argumentación
Fundamentos
Chaïm Perelman
nació en Varsovia, Polonia, en 1912 y curso estudios en la Universidad Libre de
Bruselas, Bégica, ciudad en la que permaneció hasta el momento de su muerte, en
1984.Obtuvo un doctorado en leyes en 1934, y otro, cuatro años más tarde,
gracias a una investigación sobre la teoría del filósofo, lógico y matemático
Gottlob Frege. Casi cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial, dio a conocer
un minucioso estudio empírico sobre los sistemas judiciales modernos, De la justicia. En él llega a la
conclusión de que, puesto que la ley se apoya siempre en juicios del valor y que
los valores no se pueden sujetar a los principios lógica, los fundamentos de la
justicia son necesariamente arbitrarios.
A
partir de entonces, Perelman se propuso extender sus afirmaciones sobre los
juicios del valor al razonamiento en sí mismo en general y al proceso de toma
de decisiones prácticas, sobre todo para tratar de contestar la pregunta de si
la ausencia de base lógica niega fundamento racional para la política y de la
ética, además de la justicia.
El
desarrollo de su pensamiento lo llevó, primero, a apartarse de las ideas del
positivismo lógico, en cuyo ambiente se había formado, de inmediato a la
revisión y el rescate de la Retórica antigua como fundamento para establecer
una lógica de los juicios del valor. Por este camino hacia 1948 empezó a
colaborar con Lucie Olbrechts-Tyteca,
quien también había asistido a la Universidad Libre de Bruselas, y una década
más tarde dieron a conocer el monumental, Tratado de la argumentación. La nueva
retórica (Madrid, Gredos, 1989).
En
su búsqueda estos pensadores retoman la idea que Aristóteles volcó en sus Tópicos. Allí el griego opone a la
demostración lógica pura la Dialéctica o razonamiento retórico, para demostrar
la racionalidad que guía la elección de premisas que son aceptables en una
situación y por una comunidad determinadas. Que los resultados sean de hecho
contingentes no quita que estén guiados por una razonabilidad práctica y
compartida, que, por un lado, no puede reclamar la misma certeza que las
deducciones de los teoremas matemáticos que parten de axiomas verdaderos e
indubitables por definición (del tipo: una recta es una línea constituida por
infinitos puntos), pero, por otro, no supone que lo contrario a los postulados
de la “lógica dura” es el extremo relativismo, el imperio de los deseos
subjetivos. El objetivo del Tratado es,
en consecuencia, colaborar en la confección de una filosofía de la vida que, a
partir de subrayar los aspectos prácticos, induce la acción razonable aceptando
su carácter probable y las imposiciones de juicios de valor y otras
contingencias que nacen de su recepción por parte de las audiencias
particulares.
Las
856 páginas que integran el Tratado de la
argumentación en su versión castellana están organizados en una
introducción y tres partes: la primera se llama “Los límites de la
argumentación”, la segunda “El punto de partida de la argumentación” y la
tercera “Las técnicas argumentativas”. Este cuadernillo está destinadas a
revisar particularmente el capítulo primero (páginas 119 a 190) de la segunda
parte (páginas 119 a 294), llamado El
acuerdo.
La
idea general es sencilla: sólo puede ser persuasiva la tesis que se apoya y
deriva de ciertos conocimientos y determinaciones culturales que el auditorio
ya posee. El argumentador, por lo tanto, con la finalidad de obtener la
aprobación de sus conclusiones debe establecer una suerte de “espacio
compartido” con quienes lo escuchan o leen acerca que contenga ese conjunto de
informaciones y valoraciones comunes -mayormente implícitas.
Los
autores parten de inspeccionar las premisas de la argumentación, y observan que
la elección misma de las premisas y su formulación, con las adaptaciones que arrastran,
casi nunca están exentas de valor argumentativo: la “elección” es en realidad
una preparación o un razonamiento antes que una “neutra” disposición de los
elementos. El orador “presenta” las premisas para conseguir adhesión de los
oyentes, y tal acto constituye “el primer paso para su empleo persuasivo” (pág.
119).
El
análisis de las premisas engloba tres planos: elección, presentación y acuerdo
relativo en torno a ellas. Hay dos tipos de objeto de acuerdo, sostienen
Perelman y Olbrechts-Tyteca, que cumplen un papel diferente en el proceso
argumentativo: lo real y lo preferible. Uno y otro se orientan en
función de auditorios diferentes: lo
real se una busca establecer la validez en cuanto al auditorio universal, lo preferible sólo puede identificarse con el
de un auditorio particular.
Lo
real comprende los hechos, las verdades y las presunciones; lo preferible reúne los valores, las jerarquías y
los lugares de lo preferible.
Como
premisa un hecho es no controvertido,
por eso convoca un acuerdo universal. Pierde la característica de hecho si es cuestionado por el auditorio
Tal cuestionamiento puede ser su puesta en duda o su utilización como conclusión
de una argumentación, no como punto de partida.
Las
verdades funcionan como los hechos,
pero invocan sistemas más complejos, o sea enlaces entre hechos (como ocurre
cuando se cita una teoría científica).
Las
presunciones son más débiles y por lo
general necesitan ser reforzadas. Entre las presunciones más comunes los
autores desatacan “la calidad de un acto manifiesta la de la persona que lo ha
presentado”, “presunción de credulidad natural”, “presunción de interés”,
“presunción relativa al carácter sensato de toda acción humana”. O sea que las
presunciones están vinculadas a lo normal
y a lo verosímil, que también son objeto
de acuerdo.
En
relación a lo preferible, los valores
intervienen en un momento dado en todas las argumentaciones. En los campos
jurídico, político y filosófico, los valores intervienen como base de la
argumentación a lo largo de los desarrollos. Se puede descalificar, subordinar
un valor a otros, pero nunca rechazar en
bloque todos los valores, porque se saldría de la discusión al campo de la
fuerza.
Los
valores se pueden presentar como abstractos
o concretos. “Los valores abstractos
pueden servir fácilmente a la crítica, pues están despersonalizados (pág. 139)”,
pero también son aquellos que se ponen en juego cuando se plantea un cambio.
“Menos
caracteriza, a cada auditorio, los valores que admite que la manera en los que
los jerarquiza (pág. 142), se subraya. La argumentación se basa en jerarquías, a veces concretas (referidas
a cosas y objetos: superioridad de los hombres sobre los animales) y otras
abstractas (referidas a valores: superioridad de lo justo sobre lo útil). La
jerarquía de lo abstracto se distingue de lo preferible porque garantiza un
ordenamiento.
Los
lugares son premisas de carácter
general que permiten fundamentar los valores y las jerarquías. Constituyen las
premisas más generales, sobreentendidas, que intervienen para justificar las
elecciones. Así, se podrían “caracterizar las sociedades, no sólo por los
valores particulares que obtienen su preferencia, sino también por la
intensidad de la adhesión que le conceden a tal o a cual miembro de una pareja
de lugares antitéticos (pág. 147)”.
Los
lugares pueden agruparse en categorías. Los lugares
de la cantidad afirman que algo vale más que otra cosa por razones
cuantitativas (cantidad de bienes, mayor número de fines, mayor utilidad, la
mayoría en la democracia, lo eterno frente a lo pasajero, lo habitual es lo
normal y “da” la norma, la situación excepcional se juzga precaria, etc.).
Los
lugares de la cualidad cuestionan la
eficacia del número. Es el caso de los valores concretos de lo único, mientras
que los valores abstractos son más susceptibles de realizarse en lugares de la
cantidad. Suponen una tensión entre lo individual y lo social, lo singular y lo
regular. El valor de lo excepcional (extra-ordinario) puede expresarse por su
oposición con lo común, lo banal, lo vulgar. Así se convierte puede convertirse
en modelo.
Los
lugares del orden afirman la
superioridad de lo anterior sobre lo posterior, de la causa, de los principios,
o de los fines. Los lugares de lo existente desatacan la superioridad de
lo que es actual, de lo que es real, estable, habitual, normal sobre lo posible
(Más vale pájaro en mano…). Los lugares de la esencia encarnan en tipos, funciones.
Los lugares de la persona son valores
vinculados a su dignidad, mérito y autonomía, esfuerzo.
La
elección de los diferentes lugares puede depender de uno u otro de los
componentes de la situación argumentativa (actitud del adversario, tema que se
aborda, etc.). En cada época y ambiente los lugares son los que más se admiten
o, al menos, los que parecen que acepta el auditorio según el cálculo
persuasivo del orador. El sentido común corresponde generalmente a una serie de
creencias admitidas por una sociedad determinada, y es razonable suponer que se
las comparte.
El
orador puede sacar ventajas si elige a un auditorio determinado. Cuando las
circunstancias no imponen el auditorio, se puede presentar una argumentación
primero a ciertas personas, luego a otras, y beneficiarse, sea de la adhesión
de las primeras, sea, es el caso más curioso, del rechazo de las segundas; la
elección de los auditorios y de los interlocutores, así como el orden en que
aparecen las argumentaciones, ejercen una gran influencia en la vida
política (pág. 175),
subraya
el Tratado.
La
construcción de un discurso no consiste únicamente en el desarrollo de las
premisas dadas al principio, sino también en el establecimiento de las
premisas, la explicitud y el estabilizar los acuerdos. El interlocutor que, en una
controversia, repite punto por punto los dichos de su predecesor, al aceptar el
orden de su discurso, muestra su lealtad en el debate.
Las
premisas de la argumentación consisten en proposiciones admitidas por los
oyentes. Puede suceder que el orador tenga como garantía la adhesión expresa de
los interlocutores a las tesis de partida. Esta aceptación no es una garantía
absoluta de estabilidad, pero sirve para incrementarla.
De
forma general, todo el aparato del que se rodea la promulgación de ciertos
textos, el pronunciar ciertas palabras, tiende a hacer más difícil su repudio y
a aumentar la confianza social. El juramento, en particular, añade a la
adhesión expresada una sanción religiosa o casi religiosa.
La
técnica de la cosa juzgada se inclina por estabilizar algunos juicios, prohibir
que se ponga de nuevo en tela de juicio ciertas decisiones. La inercia permite
contar con lo normal, lo habitual, lo real, lo actual, y valorizarlo, ya se
trate de una situación existente, de una opinión admitida de un estado de
desarrollo continuo y regular. El cambio, por el contrario, debe justificarse;
una decisión, una vez tomada, sólo puede modificarse por razones suficientes.
Con frecuencia se sustituirá la justificación del cambio por un intento de
demostrar que no ha habido cambio real, intento que, a veces, resulta
necesario, dado que está prohibido el cambio: el juez que no puede alterar la
ley sostendrá que su interpretación no la modifica, que corresponde mejor a la
intención del legislador.
En
el cierre de esta apartado se enlistan las argumentaciones ad homimen o ex concessis,
que buscan disminuir el prestigio del adversario polémico al rechazar su
argumentación por inadecuada, basarse en supuestos falsos o no pertinentes,
porque demuestra ignorancia sobre el tema tratado.
La
argumentación ad humanitatem es un caso
especial de ad-hominem, consiste en rechazar argumentos puesto que sólo serían
válidos para grupos determinados y por lo tanto no pueden generalizarse.
La
argumentación ad personam es un ataque contra la persona del adversario y que
tiende, principalmente, a descalificarlo, y es independiente del tópico sobre l
que se discute.
Finalmente,
la petición de principio es una falta
de argumentación. Consiste en emplear el argumento ad hominem cuando éste no es
susceptible de ser utilizado, porque exigir petición supone que el interlocutor
se ha adherido a una tesis cuya aceptación, justamente, se procura conseguir,
no ha sido “demostrada”.
Ejercicios
Las estrategias de persuasión, por supuesto, se
perciben mejor y en su eficacia real, pueden y deben analizarse en como textos
completos. De cualquier modo y con carácter didáctico se transcriben a
continuación una serie de fragmentos, tomados en todos los casos del discurso
periodístico de los diarios argentinos, con el fin de ejemplificar los
conceptos definidos brevemente con anterioridad.
Se repiten como título indicativo de introducción a
cada caso las nociones que centralmente se busca ilustrar para que los
estudiantes las detecten, clasifiquen con mayor detalle y expliquen en su
funcionamiento.
1)-
Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio
La
condena en primera instancia a la ex ministra de Economía Felisa Miceli a
cuatro años de prisión por encubrimiento agravado y sustracción de documento
público resulta trascendente por tratarse de la primera funcionaria
kirchnerista que recibe una sanción penal, pero también por una confesión de la
propia imputada que levantará nuevas sospechas. Una vez conocida la sentencia,
afirmó que está "pagando" por "no haber tenido una estructura de
poder alrededor", que "muchos otros ministros sí han tenido".
En
otras palabras, la ex titular del Palacio de Hacienda y del Banco Nación está
indicando que hay otros funcionarios que cometen o cometieron hechos mucho más
graves, pese a lo cual se salvaron de una condena por tener apoyo del poder
político.
(“Felisa
y la confesión que levanta sospechas”, por Fernando Laborda, La Nación, 28-12-2012)
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2)-
Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio
El
blanco ahora es la Justicia (lo viene siendo). El día que la Corte en un acto
de independencia rechazó dos presentaciones del Poder Ejecutivo (la causa Clarín) y que un tribunal oral condenó a
una ex ministra de Economía a cuatro años de prisión, la Presidenta salió a
reforzar la idea de que la Justicia en la Argentina -para usar las categorías
del jefe de Gabinete-, es una mierda. La Justicia que tenemos es la que puede
tener un país como la Argentina, que ha cultivado unas instituciones más bien
débiles. Tiene comportamientos ejemplares -el juicio a las Juntas, máxima
credencial de la democracia local, retomada sabiamente por Kirchner a comienzos
de la década pasada; el reciente rechazo de la Sala 1 de la Cámara Federal al
cierre de la causa Boudou- y otros que es mejor olvidar - la absolución, hace
algo más de un año, de Menem y de toda la línea de responsabilidades en el caso
de la venta ilegal de armas a Ecuador en los 90; el cierre de la causa por enriquecimientro
ilícito del matrimonio Kirchner, años atrás-.
Desde
el fallo en la causa Marita Verón, Cristina Kirchner parece haberle encontrado
una vuelta a la cuestión más compleja –y más negada– a resolver por la sociedad
argentina. El problema del delito y la inseguridad es una responsabilidad de la
Justicia. Es curioso cómo el kirchnerismo progresa en esa contradicción sin ni siquiera
advertirla.
(“A
la Justicia, ni justicia”, por Walter Curia, Clarín, 28-12-2012)
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3)-
Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio
Ante
el vandalismo masivo de estos días hay dos miradas contrapuestas: detrás de los
hechos puede haber o bien indignación espontánea o bien mentes estratégicas y
grupos organizados. Estos hechos en distintos puntos del país han sido
extremadamente violentos; en general, surgieron de sectores de la población que
viven en condiciones de extrema pobreza. Es plausible que en Bariloche se hayan
producido saqueos espontáneos –aunque, ante la magnitud que alcanzaron, esa
conjetura no resiste demasiado–. Pero luego, dada la rápida ocurrencia de
hechos similares en otros lugares, difícilmente lo sucedido puede ser visto
como esencialmente espontáneo. Muchas personas piensan que la televisión puede
ser causa necesaria y suficiente para que los desmanes se repliquen en distintas
localidades. Posible es; plausible, no mucho.
Entonces,
la pregunta de estos días: si hay instigadores, ¿quiénes son? Algunos voceros
del Gobierno nacional no vacilaron en apuntar a adversarios políticos –Moyano y
los sindicalistas aliados–. Apresurado, sin duda, pero tampoco suena plausible.
El apuro por encontrar culpables suele ser un arma de doble filo. El gobierno
de Aznar perdió la elección española de 2004 no por causa del brutal atentado
terrorista de Atocha, sino por apurarse a acusar a su enemigo interno, la ETA,
cuando la gente creía que el responsable era el terrorismo fundamentalista
árabe. Una pregunta que recorre la opinión pública argentina es quién puede
estar detrás de los hechos de estos días. Otra pregunta es cuánto malestar
social puede anidar detrás de los saqueos; cuánto hay en ellos de indignación,
cuánto de militancia y cuánto de delincuencia.
(“¿Indignación,
militancia o delincuencia?”, por Manuel Mora y Araujo, Perfil, 28-12-2012)
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4)-
Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio
Una
corrida, hombres y mujeres –también niños– que superan las vallas, el personal
de seguridad, la policía. Una puerta de vidrio que se rompe, una vitrina que se
rompe, el ingreso. El caos. Luego, la huida veloz con lo que se haya
conseguido.
Esta
imagen se repitió la semana pasada al menos 292 veces en 40 ciudades entre el
jueves y el viernes de la semana pasada en todo el país, según los datos que
informó la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), que responde
al kirchnerismo. Una imagen similar fue el preámbulo de los acontecimientos de
diciembre de 2001, que terminaron con la caída del gobierno de Fernando de la
Rúa.
También
formó parte del paisaje de la hiperinflación alfonsinista en 1989.
Más
atrás en el tiempo, también fueron comunes durante el levantamiento conocido
como el Viborazo, producido en la ciudad de Córdoba, bajo la dictadura de Levingston.
Es
muy probable que en todos los casos haya habido una orquestación inicial, que
quizás pueda atribuirse a manos oscuras. Sin embargo, la masividad de los
saqueos –el efecto contagio– sólo puede producirse cuando los sectores que los
protagonizan –los más olvidados de entre los olvidados– deciden que obtener ese
botín hace que valga la pena poner el cuerpo.
En
el caso más reciente, producido los días previos al festejo de la Navidad, los
saqueos se iniciaron con participación de multitudes en Bariloche, ciudad
gobernada por el kirchnerista Omar Goye, quien habría advertido con
anterioridad sobre esta posible consecuencia de la pobreza. Siguieron en
Malvinas Argentinas del duhaldista Jesús Cariglino. En San Fernando, donde el
intendente Luis Andreotti comulga con el dudoso oficialista, tal vez sciolista,
tal vez massista, Sergio Massa. En la provincia de Santa Fe, gobernada por los
socialistas que apoyan el Frente Amplio Progresista, que candidatea a Hermes
Binner. Los saqueos se produjeron en lugares donde los Estados son gobernados
por diversas expresiones de la política ya que sus causas –la pobreza, la
regresión del ingreso, la tendencia a la baja de los salarios en los sectores
populares– expresan efectivamente una transversalidad.
(“La
construcción del saqueo”, por Diego Rojas, Infobae,
28-12-2012)
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5)-
Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio
No
podemos menos que adoptar la definición canónica de pedagogía por cuanto se
refiere a la formación de conductas valiosas, y es esta pedagogía la que debe
orientar la educación sistemática dada en las escuelas y la que, en la sociedad
en que vivimos, puede y debe darse de hecho a través de los factores educativos
extraescolares. Pero hay excesos, distorsiones y graves omisiones que dan lugar
a lo que podríamos denominar pedagogía negativa para referirnos a las formas y
tendencias con las que se generan comportamientos antisociales, entre los
cuales podríamos caracterizar los debidos a una suerte de “pedagogía de la
violencia”. Es obvio que los medios pueden contribuir de modo eficaz a cambiar
los aspectos negativos y ciertamente lo hacen en sus análisis críticos pero, no
cabe duda, siguen presentes, por un lado, causas estructurales y por el otro
causas buscadas o inducidas que determinan la aparición de diversas formas de
violencia.
Hagamos
un inventario de las causas estructurales de la violencia, entendiendo por
tales aquellas que están instaladas como formando parte del sistema económico,
social y político. Cada una merece un profundo análisis para determinar las
razones que la generan y las posibles formas de corregirla.
Son
ellas: La desigual distribución de la riqueza, con la consiguiente ostentación
de lujos y bienes que hace nacer sentimientos de injusticia en los pobres. La
inestabilidad familiar en los sectores de bajos recursos que origina un déficit
en la formación de la conciencia moral de niños y adolescentes. La falta de
experiencias socializadoras en el medio en que viven los pobres, a lo que se
suma la ineficacia de la escuela para desarrollarlas. La desocupación y la
falta de oportunidades laborales para amplios sectores de la juventud. La inexistencia
o deconstrucción del “futuro” como motivador del desarrollo de la propia
personalidad que instalan a los jóvenes en un “presentismo” egoísta y
esterilizante. La formación de “pandillas” ante la tendencia natural de
incluirse en grupos de pertenencia, en función de objetivos comunes negativos
orientados a conseguir lo que no se posee. El desinterés por progresar hacia
mejores formas de existencia por medio de la educación. Las falencias internas
y externas del sistema educativo para retomar su funcionalidad histórica como
factor social fundamental de ingreso al mundo de la cultura. La transformación
patológica de ciertos grupos de pertenencia en colectivos jerárquicos con
“jefes” o “punteros” que dominan a sus miembros induciéndolos a ejercer actividades
delictivas o adoptar formas violentas de ejercer sus derechos. El delito
organizado que busca adherentes en los sectores más desprotegidos de la
sociedad.
(“Pedagogía
de la violencia”, por Manuel Trejo, El
Día, 28-12-2012)
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6)-
Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio
La
política argentina de hoy es dura, dramáticamente enfática, pero hecha por
palabras. Incluidas las llamadas operaciones mediáticas, reinantes por doquier,
simplemente porque a los medios ya les faltan también las articulaciones más
generosas del lenguaje. En ella predomina un cierto sentido metafórico de
saqueo. Solo que son las góndolas del habla política las que son atravesadas
con un desaprensivo sentido del uso, captura y sustracción de las
interpretaciones. Todos los días los editorialistas de los más importantes
medios, y no pocos políticos, rompen vidrieras. No por adolescentes que una
noche el padre los va a sacar de la comisaría. Está demostrado que ya puede
decirse cualquier cosa; esta sociedad no está reclamando demasiados sostenes
reflexivos a lo que se dice, pues cree que sin dejar de ser culta o instruida,
admite escucharlo todo. Sea bajo la venerable reputación de la puteada más
despreciable, del argumento más absurdo y de la conjetura más fantasiosa.
El
saqueador de las últimas barriadas, vive un momento de duda en su
justificación. La “estructura de pobreza” de donde se dice que proviene es en
verdad un estado de insatisfacción sobre el que legítimamente quiere llamar la
atención, pero cree que lo ilegítimo de su acto contribuye a lo legítimo del
significado de su descontento. El saqueador, como su contraparte el dandy, por
todo consigue excitarse. La televisión es nuestra gran envoltura mimética; debo
decidir si me dejo arrebatar por sus ocultas insinuaciones, o hago como los
discutibles teóricos de la democracia visual, “cambio con el control remoto”.
La política nacional se produce por medio de tensiones que se mantienen en un
límite de vértigo sin violencia sistemática, aunque por cierto, no falten
cuestionables escarceos. ¿Por qué entonces no dar un paso más, si todo está en
discusión, y vemos con sagrada intuición, que muchos contestatarios que lo han
hecho todo en su vida, incluso hablar con impostados discursos proletarios,
desean sin decir-diciendo, que “esto ya no da para más”. ¿No van dejando
rastros delicadamente implícitos de que no vendría mal, ahora, una mesiánica
depredación? ¿Una de “virginal espontaneidad”, de esa “población en estado
puro” de la que siempre estuvimos hablando en las recurrentes tribunas de
nuestros mega-camiones tan poco espontáneos?
De
todo esto podemos ahora extraer una grave lección. Sin duda está el concepto de
pueblo de por medio, con su franja más desfavorecida, atropellada por
desmoralizadas formas de vida y contradictorios pensamientos. Es preciso
refinar el diálogo no asistencialista con esos compatriotas, que albergan
intensos deseos. Una democracia es un manojo de deseos imbricados en las
herencias errantes de las grandes tradiciones políticas. Sigamos revisándolas
con lucidez. Y la otra lección: nadie es saqueador. Lo popular es lo que siente
que debe recrearse en el realce sus fundaciones y reconstrucciones. Pero un
momento político muy especial, como éste, corre riesgos si por impulsos
insondables o más o menos conjeturables, se convierte a una porción del pueblo
argentino en un surtidor de actos de saqueo.
(“Lo
insondable”, por Horacio González, Página/12,
28-12-2012)
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