viernes, 12 de agosto de 2016

Teoría de la argumentación: el acuerdo, las bases

Ficha de trabajo número 2

Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación. La nueva retótica: el acuerdo, las bases de la argumentación

Fundamentos

Chaïm Perelman nació en Varsovia, Polonia, en 1912 y curso estudios en la Universidad Libre de Bruselas, Bégica, ciudad en la que permaneció hasta el momento de su muerte, en 1984.Obtuvo un doctorado en leyes en 1934, y otro, cuatro años más tarde, gracias a una investigación sobre la teoría del filósofo, lógico y matemático Gottlob Frege. Casi cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial, dio a conocer un minucioso estudio empírico sobre los sistemas judiciales modernos, De la justicia. En él llega a la conclusión de que, puesto que la ley se apoya siempre en juicios del valor y que los valores no se pueden sujetar a los principios lógica, los fundamentos de la justicia son necesariamente arbitrarios.

A partir de entonces, Perelman se propuso extender sus afirmaciones sobre los juicios del valor al razonamiento en sí mismo en general y al proceso de toma de decisiones prácticas, sobre todo para tratar de contestar la pregunta de si la ausencia de base lógica niega fundamento racional para la política y de la ética, además de la justicia.

El desarrollo de su pensamiento lo llevó, primero, a apartarse de las ideas del positivismo lógico, en cuyo ambiente se había formado, de inmediato a la revisión y el rescate de la Retórica antigua como fundamento para establecer una lógica de los juicios del valor. Por este camino hacia 1948 empezó a colaborar con Lucie Olbrechts-Tyteca, quien también había asistido a la Universidad Libre de Bruselas, y una década más tarde dieron a conocer el monumental, Tratado de la argumentación. La nueva retórica (Madrid,  Gredos, 1989).

En su búsqueda estos pensadores retoman la idea que Aristóteles volcó en sus Tópicos. Allí el griego opone a la demostración lógica pura la Dialéctica o razonamiento retórico, para demostrar la racionalidad que guía la elección de premisas que son aceptables en una situación y por una comunidad determinadas. Que los resultados sean de hecho contingentes no quita que estén guiados por una razonabilidad práctica y compartida, que, por un lado, no puede reclamar la misma certeza que las deducciones de los teoremas matemáticos que parten de axiomas verdaderos e indubitables por definición (del tipo: una recta es una línea constituida por infinitos puntos), pero, por otro, no supone que lo contrario a los postulados de la “lógica dura” es el extremo relativismo, el imperio de los deseos subjetivos. El objetivo del Tratado es, en consecuencia, colaborar en la confección de una filosofía de la vida que, a partir de subrayar los aspectos prácticos, induce la acción razonable aceptando su carácter probable y las imposiciones de juicios de valor y otras contingencias que nacen de su recepción por parte de las audiencias particulares.

Las 856 páginas que integran el Tratado de la argumentación en su versión castellana están organizados en una introducción y tres partes: la primera se llama “Los límites de la argumentación”, la segunda “El punto de partida de la argumentación” y la tercera “Las técnicas argumentativas”. Este cuadernillo está destinadas a revisar particularmente el capítulo primero (páginas 119 a 190) de la segunda parte (páginas 119 a 294), llamado El acuerdo.

La idea general es sencilla: sólo puede ser persuasiva la tesis que se apoya y deriva de ciertos conocimientos y determinaciones culturales que el auditorio ya posee. El argumentador, por lo tanto, con la finalidad de obtener la aprobación de sus conclusiones debe establecer una suerte de “espacio compartido” con quienes lo escuchan o leen acerca que contenga ese conjunto de informaciones y valoraciones comunes -mayormente implícitas.

Los autores parten de inspeccionar las premisas de la argumentación, y observan que la elección misma de las premisas y su formulación, con las adaptaciones que arrastran, casi nunca están exentas de valor argumentativo: la “elección” es en realidad una preparación o un razonamiento antes que una “neutra” disposición de los elementos. El orador “presenta” las premisas para conseguir adhesión de los oyentes, y tal acto constituye “el primer paso para su empleo persuasivo” (pág. 119).

El análisis de las premisas engloba tres planos: elección, presentación y acuerdo relativo en torno a ellas. Hay dos tipos de objeto de acuerdo, sostienen Perelman y Olbrechts-Tyteca, que cumplen un papel diferente en el proceso argumentativo: lo real y lo preferible. Uno y otro se orientan en función de auditorios diferentes: lo real se una busca establecer la validez en cuanto al auditorio universal, lo preferible sólo puede identificarse con el de un auditorio particular.

Lo real comprende los hechos, las verdades y las presunciones; lo preferible reúne los valores, las jerarquías y los lugares de lo preferible.

Como premisa un hecho es no controvertido, por eso convoca un acuerdo universal. Pierde la característica de hecho si es cuestionado por el auditorio Tal cuestionamiento puede ser su puesta en duda o su utilización como conclusión de una argumentación, no como punto de partida.

Las verdades funcionan como los hechos, pero invocan sistemas más complejos, o sea enlaces entre hechos (como ocurre cuando se cita una teoría científica).

Las presunciones son más débiles y por lo general necesitan ser reforzadas. Entre las presunciones más comunes los autores desatacan “la calidad de un acto manifiesta la de la persona que lo ha presentado”, “presunción de credulidad natural”, “presunción de interés”, “presunción relativa al carácter sensato de toda acción humana”. O sea que las presunciones están vinculadas a lo normal y a lo verosímil, que también son objeto de acuerdo.

En relación a lo preferible, los valores intervienen en un momento dado en todas las argumentaciones. En los campos jurídico, político y filosófico, los valores intervienen como base de la argumentación a lo largo de los desarrollos. Se puede descalificar, subordinar un valor a otros, pero nunca rechazar  en bloque todos los valores, porque se saldría de la discusión al campo de la fuerza.

Los valores se pueden presentar como abstractos o concretos. “Los valores abstractos pueden servir fácilmente a la crítica, pues están despersonalizados (pág. 139)”, pero también son aquellos que se ponen en juego cuando se plantea un cambio.

“Menos caracteriza, a cada auditorio, los valores que admite que la manera en los que los jerarquiza (pág. 142), se subraya. La argumentación se basa en jerarquías, a veces concretas (referidas a cosas y objetos: superioridad de los hombres sobre los animales) y otras abstractas (referidas a valores: superioridad de lo justo sobre lo útil). La jerarquía de lo abstracto se distingue de lo preferible porque garantiza un ordenamiento.

Los lugares son premisas de carácter general que permiten fundamentar los valores y las jerarquías. Constituyen las premisas más generales, sobreentendidas, que intervienen para justificar las elecciones. Así, se podrían “caracterizar las sociedades, no sólo por los valores particulares que obtienen su preferencia, sino también por la intensidad de la adhesión que le conceden a tal o a cual miembro de una pareja de lugares antitéticos (pág. 147)”.

Los lugares pueden agruparse en categorías. Los lugares de la cantidad afirman que algo vale más que otra cosa por razones cuantitativas (cantidad de bienes, mayor número de fines, mayor utilidad, la mayoría en la democracia, lo eterno frente a lo pasajero, lo habitual es lo normal y “da” la norma, la situación excepcional se juzga precaria, etc.).

Los lugares de la cualidad cuestionan la eficacia del número. Es el caso de los valores concretos de lo único, mientras que los valores abstractos son más susceptibles de realizarse en lugares de la cantidad. Suponen una tensión entre lo individual y lo social, lo singular y lo regular. El valor de lo excepcional (extra-ordinario) puede expresarse por su oposición con lo común, lo banal, lo vulgar. Así se convierte puede convertirse en modelo.

Los lugares del orden afirman la superioridad de lo anterior sobre lo posterior, de la causa, de los principios, o  de los fines. Los lugares de lo existente desatacan la superioridad de lo que es actual, de lo que es real, estable, habitual, normal sobre lo posible (Más vale pájaro en mano…). Los lugares de la esencia encarnan en tipos, funciones. Los lugares de la persona son valores vinculados a su dignidad, mérito y autonomía, esfuerzo.

La elección de los diferentes lugares puede depender de uno u otro de los componentes de la situación argumentativa (actitud del adversario, tema que se aborda, etc.). En cada época y ambiente los lugares son los que más se admiten o, al menos, los que parecen que acepta el auditorio según el cálculo persuasivo del orador. El sentido común corresponde generalmente a una serie de creencias admitidas por una sociedad determinada, y es razonable suponer que se las comparte.

El orador puede sacar ventajas si elige a un auditorio determinado. Cuando las circunstancias no imponen el auditorio, se puede presentar una argumentación primero a ciertas personas, luego a otras, y beneficiarse, sea de la adhesión de las primeras, sea, es el caso más curioso, del rechazo de las segundas; la elección de los auditorios y de los interlocutores, así como el orden en que aparecen las argumentaciones, ejercen una gran influencia en la vida política  (pág. 175),

subraya el Tratado.

La construcción de un discurso no consiste únicamente en el desarrollo de las premisas dadas al principio, sino también en el establecimiento de las premisas, la explicitud y el estabilizar los acuerdos. El interlocutor que, en una controversia, repite punto por punto los dichos de su predecesor, al aceptar el orden de su discurso, muestra su lealtad en el debate.

Las premisas de la argumentación consisten en proposiciones admitidas por los oyentes. Puede suceder que el orador tenga como garantía la adhesión expresa de los interlocutores a las tesis de partida. Esta aceptación no es una garantía absoluta de estabilidad, pero sirve para incrementarla.

De forma general, todo el aparato del que se rodea la promulgación de ciertos textos, el pronunciar ciertas palabras, tiende a hacer más difícil su repudio y a aumentar la confianza social. El juramento, en particular, añade a la adhesión expresada una sanción religiosa o casi religiosa.

La técnica de la cosa juzgada se inclina por estabilizar algunos juicios, prohibir que se ponga de nuevo en tela de juicio ciertas decisiones. La inercia permite contar con lo normal, lo habitual, lo real, lo actual, y valorizarlo, ya se trate de una situación existente, de una opinión admitida de un estado de desarrollo continuo y regular. El cambio, por el contrario, debe justificarse; una decisión, una vez tomada, sólo puede modificarse por razones suficientes. Con frecuencia se sustituirá la justificación del cambio por un intento de demostrar que no ha habido cambio real, intento que, a veces, resulta necesario, dado que está prohibido el cambio: el juez que no puede alterar la ley sostendrá que su interpretación no la modifica, que corresponde mejor a la intención del legislador.

En el cierre de esta apartado se enlistan las argumentaciones ad homimen o ex concessis, que buscan disminuir el prestigio del adversario polémico al rechazar su argumentación por inadecuada, basarse en supuestos falsos o no pertinentes, porque demuestra ignorancia sobre el tema tratado.

La argumentación ad humanitatem es un caso especial de ad-hominem, consiste en rechazar argumentos puesto que sólo serían válidos para grupos determinados y por lo tanto no pueden generalizarse.

La argumentación ad personam es un  ataque contra la persona del adversario y que tiende, principalmente, a descalificarlo, y es independiente del tópico sobre l que se discute.

Finalmente, la petición de principio es una falta de argumentación. Consiste en emplear el argumento ad hominem cuando éste no es susceptible de ser utilizado, porque exigir petición supone que el interlocutor se ha adherido a una tesis cuya aceptación, justamente, se procura conseguir, no ha sido “demostrada”.

Ejercicios

Las estrategias de persuasión, por supuesto, se perciben mejor y en su eficacia real, pueden y deben analizarse en como textos completos. De cualquier modo y con carácter didáctico se transcriben a continuación una serie de fragmentos, tomados en todos los casos del discurso periodístico de los diarios argentinos, con el fin de ejemplificar los conceptos definidos brevemente con anterioridad.

Se repiten como título indicativo de introducción a cada caso las nociones que centralmente se busca ilustrar para que los estudiantes las detecten, clasifiquen con mayor detalle y expliquen en su funcionamiento.

1)- Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio

La condena en primera instancia a la ex ministra de Economía Felisa Miceli a cuatro años de prisión por encubrimiento agravado y sustracción de documento público resulta trascendente por tratarse de la primera funcionaria kirchnerista que recibe una sanción penal, pero también por una confesión de la propia imputada que levantará nuevas sospechas. Una vez conocida la sentencia, afirmó que está "pagando" por "no haber tenido una estructura de poder alrededor", que "muchos otros ministros sí han tenido".

En otras palabras, la ex titular del Palacio de Hacienda y del Banco Nación está indicando que hay otros funcionarios que cometen o cometieron hechos mucho más graves, pese a lo cual se salvaron de una condena por tener apoyo del poder político.

(“Felisa y la confesión que levanta sospechas”, por Fernando Laborda, La Nación, 28-12-2012)

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2)- Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio

El blanco ahora es la Justicia (lo viene siendo). El día que la Corte en un acto de independencia rechazó dos presentaciones del Poder Ejecutivo (la causa Clarín) y que un tribunal oral condenó a una ex ministra de Economía a cuatro años de prisión, la Presidenta salió a reforzar la idea de que la Justicia en la Argentina -para usar las categorías del jefe de Gabinete-, es una mierda. La Justicia que tenemos es la que puede tener un país como la Argentina, que ha cultivado unas instituciones más bien débiles. Tiene comportamientos ejemplares -el juicio a las Juntas, máxima credencial de la democracia local, retomada sabiamente por Kirchner a comienzos de la década pasada; el reciente rechazo de la Sala 1 de la Cámara Federal al cierre de la causa Boudou- y otros que es mejor olvidar - la absolución, hace algo más de un año, de Menem y de toda la línea de responsabilidades en el caso de la venta ilegal de armas a Ecuador en los 90; el cierre de la causa por enriquecimientro ilícito del matrimonio Kirchner, años atrás-.

Desde el fallo en la causa Marita Verón, Cristina Kirchner parece haberle encontrado una vuelta a la cuestión más compleja –y más negada– a resolver por la sociedad argentina. El problema del delito y la inseguridad es una responsabilidad de la Justicia. Es curioso cómo el kirchnerismo progresa en esa contradicción sin ni siquiera advertirla.

(“A la Justicia, ni justicia”, por Walter Curia, Clarín, 28-12-2012)

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3)- Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio

Ante el vandalismo masivo de estos días hay dos miradas contrapuestas: detrás de los hechos puede haber o bien indignación espontánea o bien mentes estratégicas y grupos organizados. Estos hechos en distintos puntos del país han sido extremadamente violentos; en general, surgieron de sectores de la población que viven en condiciones de extrema pobreza. Es plausible que en Bariloche se hayan producido saqueos espontáneos –aunque, ante la magnitud que alcanzaron, esa conjetura no resiste demasiado–. Pero luego, dada la rápida ocurrencia de hechos similares en otros lugares, difícilmente lo sucedido puede ser visto como esencialmente espontáneo. Muchas personas piensan que la televisión puede ser causa necesaria y suficiente para que los desmanes se repliquen en distintas localidades. Posible es; plausible, no mucho.

Entonces, la pregunta de estos días: si hay instigadores, ¿quiénes son? Algunos voceros del Gobierno nacional no vacilaron en apuntar a adversarios políticos –Moyano y los sindicalistas aliados–. Apresurado, sin duda, pero tampoco suena plausible. El apuro por encontrar culpables suele ser un arma de doble filo. El gobierno de Aznar perdió la elección española de 2004 no por causa del brutal atentado terrorista de Atocha, sino por apurarse a acusar a su enemigo interno, la ETA, cuando la gente creía que el responsable era el terrorismo fundamentalista árabe. Una pregunta que recorre la opinión pública argentina es quién puede estar detrás de los hechos de estos días. Otra pregunta es cuánto malestar social puede anidar detrás de los saqueos; cuánto hay en ellos de indignación, cuánto de militancia y cuánto de delincuencia.

(“¿Indignación, militancia o delincuencia?”, por Manuel Mora y Araujo, Perfil, 28-12-2012)

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4)- Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio

Una corrida, hombres y mujeres –también niños– que superan las vallas, el personal de seguridad, la policía. Una puerta de vidrio que se rompe, una vitrina que se rompe, el ingreso. El caos. Luego, la huida veloz con lo que se haya conseguido.

Esta imagen se repitió la semana pasada al menos 292 veces en 40 ciudades entre el jueves y el viernes de la semana pasada en todo el país, según los datos que informó la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), que responde al kirchnerismo. Una imagen similar fue el preámbulo de los acontecimientos de diciembre de 2001, que terminaron con la caída del gobierno de Fernando de la Rúa.

También formó parte del paisaje de la hiperinflación alfonsinista en 1989.

Más atrás en el tiempo, también fueron comunes durante el levantamiento conocido como el Viborazo, producido en la ciudad de Córdoba, bajo la dictadura de Levingston.

Es muy probable que en todos los casos haya habido una orquestación inicial, que quizás pueda atribuirse a manos oscuras. Sin embargo, la masividad de los saqueos –el efecto contagio– sólo puede producirse cuando los sectores que los protagonizan –los más olvidados de entre los olvidados– deciden que obtener ese botín hace que valga la pena poner el cuerpo.

En el caso más reciente, producido los días previos al festejo de la Navidad, los saqueos se iniciaron con participación de multitudes en Bariloche, ciudad gobernada por el kirchnerista Omar Goye, quien habría advertido con anterioridad sobre esta posible consecuencia de la pobreza. Siguieron en Malvinas Argentinas del duhaldista Jesús Cariglino. En San Fernando, donde el intendente Luis Andreotti comulga con el dudoso oficialista, tal vez sciolista, tal vez massista, Sergio Massa. En la provincia de Santa Fe, gobernada por los socialistas que apoyan el Frente Amplio Progresista, que candidatea a Hermes Binner. Los saqueos se produjeron en lugares donde los Estados son gobernados por diversas expresiones de la política ya que sus causas –la pobreza, la regresión del ingreso, la tendencia a la baja de los salarios en los sectores populares– expresan efectivamente una transversalidad.

(“La construcción del saqueo”, por Diego Rojas, Infobae, 28-12-2012)

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5)- Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio

No podemos menos que adoptar la definición canónica de pedagogía por cuanto se refiere a la formación de conductas valiosas, y es esta pedagogía la que debe orientar la educación sistemática dada en las escuelas y la que, en la sociedad en que vivimos, puede y debe darse de hecho a través de los factores educativos extraescolares. Pero hay excesos, distorsiones y graves omisiones que dan lugar a lo que podríamos denominar pedagogía negativa para referirnos a las formas y tendencias con las que se generan comportamientos antisociales, entre los cuales podríamos caracterizar los debidos a una suerte de “pedagogía de la violencia”. Es obvio que los medios pueden contribuir de modo eficaz a cambiar los aspectos negativos y ciertamente lo hacen en sus análisis críticos pero, no cabe duda, siguen presentes, por un lado, causas estructurales y por el otro causas buscadas o inducidas que determinan la aparición de diversas formas de violencia.

Hagamos un inventario de las causas estructurales de la violencia, entendiendo por tales aquellas que están instaladas como formando parte del sistema económico, social y político. Cada una merece un profundo análisis para determinar las razones que la generan y las posibles formas de corregirla.

Son ellas: La desigual distribución de la riqueza, con la consiguiente ostentación de lujos y bienes que hace nacer sentimientos de injusticia en los pobres. La inestabilidad familiar en los sectores de bajos recursos que origina un déficit en la formación de la conciencia moral de niños y adolescentes. La falta de experiencias socializadoras en el medio en que viven los pobres, a lo que se suma la ineficacia de la escuela para desarrollarlas. La desocupación y la falta de oportunidades laborales para amplios sectores de la juventud. La inexistencia o deconstrucción del “futuro” como motivador del desarrollo de la propia personalidad que instalan a los jóvenes en un “presentismo” egoísta y esterilizante. La formación de “pandillas” ante la tendencia natural de incluirse en grupos de pertenencia, en función de objetivos comunes negativos orientados a conseguir lo que no se posee. El desinterés por progresar hacia mejores formas de existencia por medio de la educación. Las falencias internas y externas del sistema educativo para retomar su funcionalidad histórica como factor social fundamental de ingreso al mundo de la cultura. La transformación patológica de ciertos grupos de pertenencia en colectivos jerárquicos con “jefes” o “punteros” que dominan a sus miembros induciéndolos a ejercer actividades delictivas o adoptar formas violentas de ejercer sus derechos. El delito organizado que busca adherentes en los sectores más desprotegidos de la sociedad.

(“Pedagogía de la violencia”, por Manuel Trejo, El Día, 28-12-2012)

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6)- Hechos, valores, verdades, presunciones, jerarquías, lugares, auditorio

La política argentina de hoy es dura, dramáticamente enfática, pero hecha por palabras. Incluidas las llamadas operaciones mediáticas, reinantes por doquier, simplemente porque a los medios ya les faltan también las articulaciones más generosas del lenguaje. En ella predomina un cierto sentido metafórico de saqueo. Solo que son las góndolas del habla política las que son atravesadas con un desaprensivo sentido del uso, captura y sustracción de las interpretaciones. Todos los días los editorialistas de los más importantes medios, y no pocos políticos, rompen vidrieras. No por adolescentes que una noche el padre los va a sacar de la comisaría. Está demostrado que ya puede decirse cualquier cosa; esta sociedad no está reclamando demasiados sostenes reflexivos a lo que se dice, pues cree que sin dejar de ser culta o instruida, admite escucharlo todo. Sea bajo la venerable reputación de la puteada más despreciable, del argumento más absurdo y de la conjetura más fantasiosa.

El saqueador de las últimas barriadas, vive un momento de duda en su justificación. La “estructura de pobreza” de donde se dice que proviene es en verdad un estado de insatisfacción sobre el que legítimamente quiere llamar la atención, pero cree que lo ilegítimo de su acto contribuye a lo legítimo del significado de su descontento. El saqueador, como su contraparte el dandy, por todo consigue excitarse. La televisión es nuestra gran envoltura mimética; debo decidir si me dejo arrebatar por sus ocultas insinuaciones, o hago como los discutibles teóricos de la democracia visual, “cambio con el control remoto”. La política nacional se produce por medio de tensiones que se mantienen en un límite de vértigo sin violencia sistemática, aunque por cierto, no falten cuestionables escarceos. ¿Por qué entonces no dar un paso más, si todo está en discusión, y vemos con sagrada intuición, que muchos contestatarios que lo han hecho todo en su vida, incluso hablar con impostados discursos proletarios, desean sin decir-diciendo, que “esto ya no da para más”. ¿No van dejando rastros delicadamente implícitos de que no vendría mal, ahora, una mesiánica depredación? ¿Una de “virginal espontaneidad”, de esa “población en estado puro” de la que siempre estuvimos hablando en las recurrentes tribunas de nuestros mega-camiones tan poco espontáneos?

De todo esto podemos ahora extraer una grave lección. Sin duda está el concepto de pueblo de por medio, con su franja más desfavorecida, atropellada por desmoralizadas formas de vida y contradictorios pensamientos. Es preciso refinar el diálogo no asistencialista con esos compatriotas, que albergan intensos deseos. Una democracia es un manojo de deseos imbricados en las herencias errantes de las grandes tradiciones políticas. Sigamos revisándolas con lucidez. Y la otra lección: nadie es saqueador. Lo popular es lo que siente que debe recrearse en el realce sus fundaciones y reconstrucciones. Pero un momento político muy especial, como éste, corre riesgos si por impulsos insondables o más o menos conjeturables, se convierte a una porción del pueblo argentino en un surtidor de actos de saqueo.

(“Lo insondable”, por Horacio González, Página/12, 28-12-2012)


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