La representación del rostro y del cuerpo de los gobernantes y los
aspirantes a serlo seguramente debe buscarse en el fondo de la historia de
Occidente. En los bustos y estatuas completas entre los egipcios y los griegos,
en las imágenes seleccionadas para acuñar monedas por los latinos, en los
grabados y en las pinturas… Hacia el 1300, pintores de singular nombre -como
Giotto- adquirieron la costumbre de, puesto que muy a menudo ricos banqueros y
prósperos comerciantes financiaban las obras de arte como una manera de expiar
el pecado de la usura, rendir el homenaje de la persona a quien ha sido
encargada la obra al poderoso incluyéndolo dentro de la propia composición
religiosa, como ocurre con el marchante Enrico degli Scrovegni perpetuado en el
acto de donar la famosa capilla a los ángeles, pintado por Giotto.
Durante los siglos XVIII y XIX esa tradición se trasladó hacia el
retrato realista que buscaba capturar el alma y eternizar a los reyes, los
nobles cortesanos y también, un poco después, a los ascendentes burgueses. Esta
deriva, de cuño fundamentalmente realista, también daba cabida al manejo de
escenografías más o menos codificadas, estilizaciones y propensiones
simbólicas. Con la aparición del daguerrotipo hacia 1840 lo representado se
hizo aún más “real”, según cuenta Carlos Vertanessian en Rosas: el retrato imposible, el caudillo bonaerense nunca dejó ser
fotografiado, ya que lo entendía como una adulación excesiva, esto no quiere
decir que no existieran retratos suyos, sino que más bien podría entenderse
como cierta negación a la novedad, que en la actualidad pareciera que ningún
político por más reacio que fuere a las innovaciones tecnológicas se daría el
lujo de descartar. De a poco los retratos fueron democratizándose y se
convirtieron en uso y costumbre de amplios sectores sociales, aquellos incluso
que comenzaron a matizar sus paseos por las plazas con las rápidas acuarelas,
carbonillas y dibujos que recogían una escena de novios o familias. Hasta que
llegó la fotografía. Y después el cine, y la televisión…
Como rápidamente puede verse y diversos estudiosos han señalado, las
representaciones siguieron el curso de las nuevas tecnologías que por lo común
comenzaron siendo una práctica de las capas aristocráticas, pero más temprano
que tarde se extendieron al conjunto social.
En lo que respecta al lenguaje político, el camino, aunque sinuoso,
sigue también este trayecto, aunque está claro que avanzado el siglo veinte y
hasta llegar a la actualidad acelera su utilización de herramientas nuevas y
diversas en el territorio de las imágenes.
Una anécdota cuenta la sorpresa con que los oficinistas porteños se
toparon en una mañana de 1946 con los afiches que propugnaban la fórmula
Perón-Quijano, que unos meses después se impondría en las presidenciales de ese
año; los jóvenes que escuchaban la anécdota creían que el tema de la misma
refería a la irrupción del líder justicialista, pero con el tiempo se dieron
cuenta de que no: en realidad el asombro destacado en la historia tenía que ver
con que, cuando la ciudad de Buenos Aires ni siquiera se había acostumbrado a
la presencia de los carteles de la publicidad comercial, los afiches políticos
ya aprovechaban la tecnología de las rotativas y los costos cada vez menores
para empapelar de a miles la metrópoli, fundando así un nuevo hábitat visual
para su población, una lógica de la percepción hoy habitual pero hasta entonces
desconocida. El quehacer de los artistas callejeros que aprovechan para
improvisar un collage al paso y de corta vida despelechando aquí y allá el
colchón de afiche sobre afiche sobre afiche y el pegote intermedio que los
apretuja en época electoral, es una práctica estética de joven data.
En lo que respecta al análisis de la imagen política desde la
perspectiva de la semiología -es decir: formal- con un cierto grado de
arbitrariedad (pero no mucha) se puede citar como punto de partida el ya
clásico ensayo breve de Roland Barthes “Fotogenia electoral”. El escrito
periodístico del crítico francés, junto con otros que intentaban sistematizar
la caja de herramientas semiológicas que podría dar cuenta del signo
fotográfica, su retórica y procedimientos fue un poco más tarde incluido en el
volumen llamado Mitologías, publicado
originalmente en 1957. Barthes anticipa allí una idea sencilla sobre el “poder
de la imagen” que muchos analistas posteriores no harían sino repetir con las
debidas variaciones y terminaría casi convirtiéndose en un sentido común;
afirmaba que:
en la
medida en que la fotografía es elipsis del lenguaje y condensación de un
“inefable” social, constituye un arma antiintelectual, tiende a escamotear la
“política” (es decir un cuerpo de problemas y soluciones) en provecho de una
“manera de ser”, de una situación sociomoral[1].
A poco andar, como se sabe, la fotografía se puso en movimiento, el
discurso de la política se enteró y apropió rápidamente de la buena nueva. Los
estudios han sido muchos y algunos incluso se atrevieron incluso a “explicar”
el éxito en la adhesión popular al nazismo a partir del eficaz uso
propagandístico de la imagen fílmica. Walter Benjamin supo denunciar que las
huestes capitaneadas por Adolf Hitler habían apostado casi exclusivamente a la
estetización de la política, es decir, a la apelación simbólica y emotiva
destinada a nublar los pensamientos.
En este punto basta recomendar la gran película Vincere, dada a conocer por el director italiano Marco Bellocchio
en 1999, y en la que, con la estrategia de la ficción histórica, se muestra de
qué manera Benito Mussolini se transformó en el Duce fascista merced a la gestualidad histriónica que en la imagen
cinematográfica hábilmente pergeñada supo adquirir dimensión épica.
En lo que respecta al análisis, éste siguió el derrotero de la imagen
del cine a la televisión y las pantallas de las computadoras.
De la mano del semiótico argentino Eliseo Verón en las décadas del
ochenta y el noventa se expandió en las universidades argentinas el concepto de
videopolítica y la idea de que, hacia
fines del siglo pasado, el cuerpo sincero
que el político en cuestión era capaz de exhibir frente a las cámaras tenía
mayor capacidad para capturar el voto que mil palabras de encendidos y bien
estructurados párrafos La perspectiva de Verón se sintetiza en volúmenes como El cuerpo de las imágenes (Buenos Aires,
Norma, 2001).
Para entonces el marketing, el coaching, el asesor de imagen y etcéteras
por el estilo ya se habían convertido en un vocabulario conocido.
Para Charles Peirce el ícono, la imagen, es copia, analogía del mundo,
pues entonces sería absolutamente natural, mimesis exacta, y de allí su poder
transparente de imponerse como verdadero. La imagen visual es para la semiótica
el objeto de análisis más fangoso, por su carácter construido cada vez más
logrado con el avance en el interior del estudio, las técnicas de iluminación y
el montaje que se disfraza bajo la apariencia de lo directo y lo evidente. El
ícono ha sido explicado desde los pilares del modelo lingüístico de Saussure o
desde el modelo lógico-filosófico de Peirce. Victorino Zechetto establece que
las imágenes fabricadas, aquellas que no surgen de la “realidad” concreta son
consideradas signos icónicos, es decir, aquellos signos que muestran la
realidad de manera indirecta, mediatizada
a través de alguna representación, y que por tal motivo se convierten en
signos. Así se diferencian de lo que podríamos llamar signos naturales,
aquellos que vemos a partir de la experiencia directa, es decir, imágenes
directas.[2] Umberto
Eco agrega que en la percepción de las imágenes existe también cierta dosis de
construcción personal, más allá de la representatividad que tiene por sí misma
la imagen.
Por otra parte, semiólogos como Roland Barthes, Christian Metz con el
concepto de analogon o semejanza
entre imagen y referente, el mismo Eco -con ciertos reparos hacia la idea de
análogo- y su conceptualización de los estímulos
sucedáneos que entran en juego en la construcción de una imagen y los integrantes del
Grupo m de Brujas con la transformación que ocurre en toda construcción de un
signo icónico, pueden ser agrupados de -una manera muy general- en el
reconocimiento de que en todo ícono existen operaciones sobre el referente,
como lo puede presentir cualquier usuario de una app que retoca imágenes
visuales. Los caracteres de una fotografía también responden a rasgos
convencionales que se recuestan y son dependientes de factores socioculturales.
A pesar de la posible obviedad de estas someras caracterizaciones, como
menciona el semiólogo Gianfranco Bettitini “La exaltación de la evidencia del
signo icónico, cuya naturaleza visual induce a establecer una aparente
inmediatez reproductiva de la relación entre el medio y la realidad, oculta el
aspecto de construcción siempre mediatizada por la acción discursiva y
selectiva del medio”.[3]
La fotografía o el cine se consideran íconos puros, son las imágenes fabricadas como registro, es decir, que a menudo se asemejan a lo que representan.
En esto reside su fuerza, se nos escapan sus reglas de construcción. Debemos
hablar entonces de códigos icónicos,
modos de registro o de representación en general que se corresponden con
contenidos instalados culturalmente. Según la concepción de Eliseo Verón, la
idea de código como se utiliza en la semiótica discursiva, indica “el conjunto
de operaciones de producción de sentido en el interior de una materia
significante dada”.[4] Las
imágenes pueden ser leídas como textos que generan sentido que debe ser
entendido en su contexto.
A continuación, se analizan una serie de imágenes del actual presidente,
Mauricio Macri, de la primera dama Juliana Awada y de un proyecto del gobierno
de la ciudad de Buenos Aires, seleccionadas con la intención de dar cuenta, en
parte, del rompecabezas de las significaciones que se han convertido en la
Argentina de estos años pero que, bien examinadas, sólo son nuevas en una escasa
proporción.
Otra manera de la política:
un presidente sin calle
El día de la apertura de la asamblea legislativa del primero de marzo de
2018 el presidente Mauricio Macri fue fotografiado cuando ingresa y cuando se
retira del Congreso y saluda a una plaza vacía. Esta imagen fue reproducida por
redes sociales y rápidamente convertida en “meme” haciendo énfasis en la
ridiculez o falsedad de la escena. El filósofo alemán Hans-Georg Gadamer dice
que cuando interpretamos una imagen contamos con una tradición previa que actúa
como una anticipación de sentido que opera antes de que empecemos a comprender[5], las
condiciones de reconocimiento se gestan social y culturalmente dentro de un
imaginario o modelo de mundo de una sociedad determinada. Estas escenas van a
contramano de las expectativas del apoyo popular que se espera hacia un
presidente. Por otra parte, cierto imaginario que va en contra de las
manifestaciones callejeras puede congraciarse en el hecho de que no aparezcan
militantes ocupando las baldosas de una plaza. Cualquier manifestación aparece
bajo la sospecha de ser paga y de nutrirse de vagos y violentos. Las calles y
las plazas vacías pueden observarse como un rasgo más de civilidad que genera
la coalición del gobierno de Macri.
¿A qué se debe el saludo del presidente? ¿Cuál es el “discurso político”
de esta imagen? Podemos suponer que es el cumplimiento de una gestualidad
formal o bien es la configuración de una política que no se interesa por el
apoyo popular y no considera a la calle de apoyo ni rechazo, sino como un lugar
neutro y vacío para el uso de los vecinos.
O lo popular, para la alianza Cambiemos, es el todo ciudadano, es decir: el
voto; frente a tal magnitud cuantitativa la cantidad de gente que vaya o no a
una plaza es insignificante. El asesor Jaime Durán Barba siempre insiste sobre
este punto.
El discurso político como tipo discursivo es según Rodolphe Ghiglione
“el producto de un proceso cognitivo-conductual, socialmente determinado,
situacional y fundado en las representaciones que del contexto se hacen los
actores”[6] el saludo
a la plaza vacía puede ser entonces un eslabón más dirigido a quienes adhieren
a una política sin cuerpos presentes, así como a un discurso sin desarrollos
argumentales. La pobreza oratoria del presidente argentino, muestra que la
persuasión no está en una retórica cargada sino en consignas simples y ritualizadas
de un cierto hinduismo que se propaga en la red social Facebook y una
espiritualidad leve y positiva. Aunque luego de una arenga esperanzadora el
presidente suele terminar sus discursos pidiendo que todos puedan rápidamente
“volver a trabajar”, el argumento está dado entonces en que no es tiempo de
palabras sino del “hacer”, el lema del gobierno en los carteles de obras es
“Haciendo lo que hay que hacer”, la potencia de expresiones de este tipo reside
en las múltiples presuposiciones que requieren del destinatario, ya que “lo que
hay que hacer” queda abierto a interpretaciones a ser llenadas, si bien la
frase suele estar acompañada de imágenes de un país en movimiento.
“Lo que hay que hacer” se puede entender también en no aspirar a
manifestaciones de masas sino de un puñado de personas que casualmente ven
saludar al presidente, ya que las otras, las que lo apoyan deberían encontrarse
trabajando, si de verdad están comprometidas con el nuevo país. La imagen
mencionada es un “hacer lo que hay que hacer”, cumplir con el ícono democrático
de rigor, con el signo vacío -en la literalidad de la ausencia de gente- y con
el signo cargado de una nueva política.
Yendo a la escuela
1- El estudiante ilusionado
Los trabajadores de la educación en Argentina cuentan con una historia
larga de luchas por la educación pública, por un mejor salario y por mejores
condiciones de trabajo. La expresión “No inicio” se imprime en todos los
carteles de los gremios docentes en mayúsculas fijas y entre signos de
exclamación, la frase “los docentes vamos al no inicio de clases” se recorta en
una elipsis que todo argentino entiende. En la formulación de la frase -una propuesta
que incluye la negación, al contrario de la afirmativa “hacemos paro”- y la
omisión de elementos se percibe el paso de los años de su dictado, cuando se
dice “no inicio” no son necesarias otras referencias.
El gobierno macrista en sus primeros dos años atravesó fuertes
conflictos con los docentes, entre medidas que menoscaban la educación pública
y los salarios que se achican de los educadores. El ciclo lectivo 2018 comenzó
con dos días de paro en trece provincias argentinas en contra de la imposición
de un “techo” salarial del 15% a la paritaria nacional docente. De todas
formas, el presidente argentino inauguró el ciclo lectivo 2018 en Corrientes,
donde hacía pocos meses (29/11/2017) había visitado una escuela centenaria, a
esta visita corresponde la imagen que está al comienzo y que ha sido utilizada
en varios medios en una serie de notas vinculadas a la educación, con lo cual
podemos inferir cómo este iconograma se intenta imponer por “insistencia” de
los medios, de ahí su interés en una “pelea por el sentido” de la educación.
La escena en el aula muestra al mandatario en una escenificación risueña
con el interés virgen de un niño educado hacia un probable docente que no sale
en la imagen, la mayoría de los estudiantes dividen su atención en el “frente”
y el presidente sentado como un estudiante más. Precisamente, la máxima
atención es la del presidente, los ojos bien abiertos, la inclinación del
cuerpo hacia adelante como quien no puede contener la ansiedad, una sonrisa que
espera con candor una nueva aventura hacia el conocimiento, las risas y los
caramelos del recreo. En contraste, solo las manos no se corresponden con la
imagen del estudiante, unidas todas las yemas entre sí, como la imagen
utilizada para relacionar al presidente con Mr. Burns de Los Simpsons, fuente
de toda la maldad empresarial. La imagen es afirmativa, transmite una actitud
ideal: expectativa, atención y felicidad. La imagen del presidente es modélica,
quizás un modelo aúlico perimido que no quiere morir. En este sentido, parece existir
una genuina inocencia de niño/estudiante/juguetón.
Jean-Jacques Courtine formula la noción de memoria discursiva[7]
para referirse a las distintas formulaciones del discurso que se encuentran en
lo que denomina el “tiempo corto” y el “tiempo largo”, que su vez conforman una
“memoria corta” y una “memoria larga”. La imagen de Macri en el pupitre remite
a una escena escolar tradicional en Argentina o en cualquier parte del mundo
que se asocia con la “memoria larga”, por otro lado, la actitud se transforma
en “tierna”, risueña o friendly ya
que es un adulto-presidente sentado entre los niños esperando su clase, en
contraposición, en la “memoria corta”, de los docentes al menos, con las
medidas de gobierno se da más bien un ataque contra los docentes en general, en
particular contra los sindicalistas que los representan. Los niños como lo han
mencionado otros gobiernos se convierten en “rehenes” de los docentes sin
vocación que sacan al estudiante del sitio donde se debe encontrar para el
engrandecimiento del país. Los discursos de los distintos gobiernos no escapan
a manifestar este interés edulcorando y ensalzando la tarea sacerdotal docente
hasta el momento que inicia un paro.
2- Los docentes no son
gente
En las elecciones legislativas de 2017 los partidos tradicionales
comenzaron a utilizar el término “gente” para hablar al electorado de sus
problemas, los de la “gente”, apuntando a la igualación que tendríamos como
comunidad, como habitantes del país que nos encontramos en “diálogo” para
resolver nuestros problemas. En este sentido, en los carteles que se anuncian
las obras que el actual gobierno realiza se da un acercamiento retórico ya que
se pasó del “usted” al “vos”, en el voseo hay un acercamiento de iguales,
descontracturado y amiguero “estamos trabajando para vos”. Cuando el presidente
formula sus discursos en escuelas, hospitales o fábricas utiliza los nombres
propios “Ricardo” el maestro, “Juan” el obrero, “María” la ordenanza, son
habituales los inicios en los que se alude a cómo instantes antes de comenzar
su alocución hablaba con las personas sobre las cosas que pasan en el hospital,
la escuela, el municipio para concluir en que todos están preocupados y
“trabajando” por mejorar siempre, porque “todos” están muy comprometidos y
entusiasmados:
“Buen
día, buen día a todos, ¿cómo andan esta mañana en Bella Vista? Gracias Lorena
por invitarme a la escuela, gracias Gustavo. Queridos correntinos para mí cada
vez que vengo me voy lleno de energía, porque si hay argentinos que tienen
energía son los correntinos, energía y alegría, así que gracias. (APLAUSOS) Además,
qué lindo compartir el inicio de clases, a mí me tocó hace casi una década como
Jefe de Gobierno de la Ciudad ir a abrir siempre las clases, y más lindo
todavía como decía Lorena cuando tenemos este regalo de dios…”[8]
El edulcoramiento discursivo borra la idea del conflicto por la idea de
preocupación que todos iguales parecen tener y de los problemas se sale
“haciendo” juntos. Por lo tanto, quien no participa de este esquema de diálogo
y preocupación compartida resulta llevado al plano del indolente que no quiere
oír y dialogar por una incapacidad de sentarse a una gran mesa, toda
sustracción a este esquema cae en la figura del “violento”, que se convierte en
el “deleznable” para la “gente” que comienza en el presidente y termina en el
más pobre de los pobres.
Barthes, en “El usuario y la huelga” analiza la relación que se
establece entre el “usuario”, la “gente” y el huelguista. Para la “gente” el
huelguista es inadmisible. Dice Barthes: “Por miedo a tener que naturalizar la
moral, se moraliza a la naturaleza, se finge confundir el orden político y el
orden natural y se termina decretando inmoral a todo lo que impugna las leyes
estructurales de la sociedad que se propone defender[9]”.
Es decir que se lleva al huelguista al lugar de la violación de un orden
natural, donde los chicos en periodo de clases están en el aula, el lugar donde
los alumnos deben estar, siempre y cuando no sean rehenes de quienes no se
adaptan a entender los problemas de la “gente”. En la imagen el “niño
presidente”, entusiasmado en el aula. Los huelguistas en la calle con el
reclamo. La calma y el entusiasmo versus el conflicto manifiesto. Las imágenes
disputan lo que Roger Chartier llama creencia:
Lo
esencial en la creencia es hacer aparecer como natural lo que es socialmente
construido, hasta el momento en que se fisura esta creencia y permite espacios
nuevos de comportamiento y de pensamiento. Sería la figura de la perpetuación
de un mecanismo de dominación simbólica que supone la alienación, en el sentido
de una aspiración que es explícita, contraria a los intereses de los individuos[10].
Lo natural sería entonces la predisposición al diálogo y a la actitud
positiva, el espíritu democrático que traba los conflictos en la repetición
machacona de un diálogo que no se produce, porque para el diálogo se debe
abandonar la lucha y sin lucha el diálogo es solo un cascarón que entrampa a
todos los que aspiran a ceñirse la camiseta de la democracia que, parafraseando
a Chartier, en las sociedades modernas las elites gobernantes aprendieron a
utilizar sin echar mano del garrote y a transformarla en un engaño.
El feminista menos pensado
La lucha de los feminismos se presenta como la fuerza más importante y
movilizadora de los últimos años, frente al descreimiento en los proyectos
políticos, a los llamados “grandes relatos”, a los movimientos de trabajadores
o a los movimientos de desocupados, los movimientos de mujeres están activos y
en crecimiento, por fuera de los partidos políticos y las instituciones
tradicionales en muchos casos, proponiendo esquemas alternativos al
patriarcado. En los casos disruptivos que atentan contra el “espíritu
democrático” son llamadas violentas cuando pintan las paredes o muestran las
tetas. En la marcha del 8 de marzo de 2018 la policía de La Pampa, en Santa
Rosa, interrogó a mujeres que participaron de la marcha abordándolas en la
calle sin justificación o enviando citaciones por las pintadas en defensa de la
propiedad de los comerciantes del centro.
Por otra parte, gracias a la lucha de los feminismos y al debate
televisado por la ley de aborto, la democracia parece ser el edén prometido. El
diálogo parece ser más fecundo que cuando se discute sobre economía.
En el día de la mujer, la alocución del presidente fue breve, como
suelen ser sus discursos, duró menos de ocho minutos. Estos discursos cortos
tienen la particularidad de permitir extraer títulos, frases, que más allá de
lo que digan “suenan” bien, en algún caso halagando aspectos de lo “femenino”
que por este motivo llevan al choque con la idea de igualdad que se pretende
presentar. La brevedad, mal mirada, se debe o a la incapacidad oratoria del
mandatario; o a la intención de no realizar los largos monólogos considerados
atributos de un buen político, persuasivos a partir de una retórica extensa; o
bien a cierta cultura de las redes sociales, en especial Twitter, donde se
privilegia la brevedad y el espontaneísmo; o, nuevamente, el presidente no nos
quiere hacer perder el tiempo ya que siempre “hay que volver a trabajar”.
Posiblemente todas estas opciones juntas.
En el acto realizado en el centro Metropolitano de Diseño, Macri fue
presentado por la titular del Instituto Nacional de las mujeres, Fabiana Tuñez,
con el extraño halago de ser “el feminista menos pensado”. En esta ocasión el
presidente no tiene la máscara de actor que exagera, sonríe y busca la
complicidad de los chicos a su lado en la imagen del colegio. Su gestualidad es
apenas enfatizada, los ojos bien abiertos muestran una actitud seria y sincera.
Lo gestual se completa con la vestimenta: saco y pantalones sobrios, una camisa
sin corbata con el fondo de un escenario despojado con telón negro. Tampoco
aparecen gigantografías ni banderas, micrófono en mano, sin atril y sin
papeles. El presidente está cerca
para hablarnos de un tema que lo preocupa. La imagen se aleja de la apelación
al entusiasmo, parece haber ganado cierta gravedad, en el terreno pantanoso
donde los hombres -al no hacer pie- prefieren refugiarse en el recato receloso.
Entonces, existe en la imagen una iconografía adecuada a la situación, mejor no
innovar en un área tan sensible, es decir que la construcción del signo tiende a
aproximarse a un cero, si consideramos a la sobriedad como lo no marcado. De
todos modos, la sobriedad en las figuras electorales de Cambiemos se conjuga
más bien hacia la informalidad, o a un estilo relajado y descontracturado,
liviano. Aquí la informalidad se completa con el marco de todo el contexto.
La ocasión lo exige y Mauricio Macri se comporta como un estadista, lo
exiguo de su gestualidad nos transporta a las presentaciones en televisión de
los fallidos e innumerables planes económicos de la Argentina de los 80 o los
90, o a los números de la pobreza, las noticias poco alentadoras, las que nadie
quiere dar. El feminista menos pensado, el hombre de estado de la imagen en el
día de la mujer está allí por una construcción de la política y del discurso político
producto de largas batallas dadas por el feminismo, que lejos del traje gris y
de las frases de consenso bulle en las desobediencias feministas y las paredes
pintadas.
Primera
dama: “chic sin esfuerzo”[11]
Con la asunción de Mauricio Macri en el año 2015 los argentinos asumimos
a Juliana Awada, una primera dama que entra en la serie de los grandes modelos
de las democracias republicanas modernas. La revista de modas estadounidense Vogue publicó una nota en la que compara
a Awada, inevitablemente, según la revista, con una Jacqueline Kennedy moderna
y con Michelle Obama (el periódico Clarín señalando esta nota, agregó de manera
errónea que Vogue incluyó también a
Eva Perón[12]). La nota
de Vogue señala la sutil elegancia,
la virtud de “dejarse llevar” por su marido y el temple para mantener la calma
durante la acalorada campaña presidencial, además realiza un breve listado de
los distintos vestuarios que utiliza Juliana Awada según la ocasión, siempre de
manera adecuada con lo que se suma a las listas internacionales de las mejor
vestidas[13]. Así, la
primera dama marca moda con sobriedad y tiene luz propia que, de todos modos,
nunca opacará los brillos de su esposo.
Awada ayuda a su marido, pero no hace política en sentido estricto, se
preocupa por la asistencia social, la ecología y es una madre joven y hermosa
que puede destacar en las reuniones internacionales junto a reinas y princesas
y ser portada de cualquier revista de ricos y famosos.
Algunas de las fotografías más celebradas de la primera dama argentina se
realizaron en el viaje a Rusia que hizo junto al presidente, una gran cantidad
de medios nacionales se hicieron eco de los looks “impactantes”. Quizás la
nieve rusa dio el marco necesario para una nueva serie con pieles y gorros. Al
contrario de la imagen del presidente que aparece más bien incómodo, cansado
del vuelo, Awada desciende con una amplia sonrisa y con el paso de la modelo
que recorre la pasarela. El detalle es que la mujer baja primero del avión, lo
que puede considerarse una ruptura del protocolo en las visitas de mandatarios
a otros países, el presidente se convierte en acompañante, la primera dama en
la visita estelar. Una marca de informalidad, ruptura del código icónico
habitual. En este sentido y por intermedio de estos gestos el presidente vuelve
a ser “el feminista menos pensado” y Cambiemos, una coalición orientada a la
derecha política y por ende acartonada y rancia según el estereotipo, se
convierte en lo innovador.
La inclusión de Juliana Awada en la tradición de la foto “Vogue”, la
revista jueza de la moda y lo distinguido, la consagra y desde que pisa el
suelo ruso Awada difumina, o comparte casi en el mismo nivel de aparición en
los medios, las reuniones del presidente.
Roland Barthes utilizando la oposición lengua/habla dice que, en el caso
de la moda, los vestidos constituyen la “lengua” y cada forma de vestir el
“habla”[14]. La
lengua de la moda no es una realización individual de la “masa hablante” sino
que pertenece a un grupo de decisión que elabora voluntariamente el código a
través de lo que llama el “vestido escrito”. Juliana Awada, en palabras de
Roland Barthes es convertida en un “individuo normativo” y representa una “palabra”
cristalizada. La aparición en Vogue u
otras revistas similares señala el rasgo de que la primera dama parece seguir
su propio “habla” y no simplemente un mandato de la “lengua” de la moda con lo
cual resalta más en el imaginario de lo chic.
Estética
selfie y vecindad
Ya es un lugar común el reconocimiento del periodismo y de algunos
especialistas en comunicación y coaching al
uso redituable que la coalición Cambiemos ha sabido darle a las redes sociales
y a las variadas posibilidades comunicativas actuales antes que otros partidos
políticos. Cada tipo de red social se configura según distintos modos que crean géneros propios: textos
más bien extensos en ciertos temas en Facebook; la brevedad en Twitter, con la
búsqueda del juego de palabras, la ironía, el humor; o la primacía de la imagen
en Instagram. En todas ellas se comparten enlaces que llevan a otras páginas,
en todas domina la imagen, desde la foto de perfil, la de portada, hasta toda
imagen -personal o no- que se comparta directamente o por medio de un link.
En este contexto, un tipo de imagen ganó la batalla y se impuso en estos
tiempos: la selfie. Casi como en una parábola del “Conócete a ti mismo”
inscripto en el templo de Delfos, pasamos a observar nuestras caras, y por fin,
aprendimos a sacar nuestra mejor sonrisa. Al comienzo el límite fue la
extensión del brazo hasta que, gracias quizás a una memoria prehistórica, un
palo que sostiene el teléfono permitió ampliar el panorama y sumar más gente a
la fiesta de nuestra foto.
Los fanáticos de alguna estrella buscaban en otros tiempos un autógrafo
para atesorar en un pedazo de papel. En la actualidad si cuentan con un
teléfono móvil pueden llevarse, según algunos que criticaron a la fotografía en
sus inicios con Daguerre, el alma de su ídolo pegada a la propia y sin molestar
a ningún transeúnte para que saque la foto, sólo estirando el brazo y
acercándose lo más posible.
Si establecemos un vínculo entre esta estética selfie, un modo
autosuficiente de la fotografía, con la frase de campaña “Yes, we can” de cuño obamista que se incorporó al ámbito criollo
como el “Sí, se puede”[15],
encontramos que estos dos aspectos, la estética selfie y el “sí, se puede”,
parecen concebir juntos una idea de corta duración que se lanzó a mediados del
año 2017 desde el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires: la agradeselfie. La
idea consistía en sacarse una selfie como una foto ilustrativa que busca dejar
testimonio de alguna buena experiencia de ciudadanía vivida entre vecinos,
amigos, familiares y compañeros de trabajo. “La manera de reconocer gestos de
grandes vecinos”, definió el Gobierno de la Ciudad en un spot y enumera
acciones como saludar al colectivero, no tapar rampas, devolver objetos
perdidos, ayudar a arrancar un auto. “Estos pequeños gestos también nos ayuda a
vivir cada día mejor”, afirman en el video ilustrativo. Esta publicidad de los
buenos gestos hecha por el sujeto que en la configuración de ese nosotros
“vecino” se suma al “sí, se puede”.
En relación con el vecino “activo”, un tópico instalado desde los años
90 en Argentina y revitalizado por Cambiemos estos últimos años es el del
“emprendedurismo”. La figura del emprendedor se sustenta en elevar la
participación del sector privado en la economía por sobre la injerencia del
sector público, el emprendedor es el sujeto transformador que asume sus propios
riesgos y que de tener éxito se merece, por su esfuerzo e inteligencia, el mejor de los mundos posibles. Además,
el emprendedor actual tiene las cualidades, según Mariano Mayer, Director
General de Emprendedores del Gobierno de la Ciudad, de una permanente voluntad
de cambio, de combinar en los proyectos de no sólo un costado económico, sino
ambiental y social; y, por último, de trabajar en equipo[16].
En resumidas cuentas, el abc del discurso político, al menos superficial, de
Cambiemos. El polo contrario es el de la llamada “economía social” ejercida
desde el estado y que hace foco sobre los sectores sociales postergados por
medio de proyectos económicos colectivos, en perfecta oposición con el emprendedor
aparece así en el ideario político argentino la figura del “planero”, como la
de aquel que vive del esfuerzo de los otros. En ambos casos se borronea la
historicidad de los sujetos y se presentan verdades y mentiras parciales.
El filósofo Byung-Chul Han menciona que ya no vivimos en las sociedades
de control de las que habló Michel Foucault sino en la “sociedad del
rendimiento” que se caracteriza por el verbo poder: “Su plural afirmativo y colectivo Yes, we can expresa precisamente su carácter de positividad. Los
proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el
mandato y la ley.”[17] El
fallido proyecto de la “agradeselfie”[18]
parece ilustrar estas palabras del filósofo coreano, se intentó la separación
entre gobierno y “vecinos” ya que todos los habitantes de la ciudad de Buenos
Aires serían agentes “positivos” de la trasformación, “emprendedores” de su
destino, de manera libre elegirían plasmar en imágenes lo “bueno” en contraste
con las malas prácticas de otros vecinos. La colaboración y la “buena onda”
construiría un reverso bien delimitado. Como dato anecdótico de la
agradeselfie, varios famosos[19] eligieron
hacerla con mucamas, encargados de seguridad y porteros en un borramiento inocente de que quienes “nos hacen la
vida mejor” suelen encontrarse, como una suerte o una fatalidad, empleados y
sujetos a un salario.