martes, 6 de agosto de 2019

Giles Lipovetsky: la política abandona las alturas


La esfera de lo político ha tomado el tren en marcha: en cualquier caso, ha entrado en seguida en la tónica de la publicidad y el look. Desde los años cincuenta, se desarrolló en Estados Unidos una comunicación política cercana a la publicidad moderna, que utilizaba los principios, las técnicas y los especialistas de la publicidad: orquestación de campañas electorales por agentes de publicidad y expertos en media, realización de spots de un minuto a partir del modelo publicitario y aplicación de los métodos de la investigación motivacional en la elaboración de los discursos, las actitudes y la imagen de los líderes. Después del marketing comercial, el marketing político; no se trata ya de convertir ideológicamente a los ciudadanos, se trata de vender un “producto” con la mejor envoltura posible. Ya no austero machaconeo de la propaganda, sino seducción del contacto, de la simplicidad y la sinceridad; ya no encantamiento profético, sin» el embaucamiento de los shows personalizados y la vedetización de los líderes. La política ha cambiado de registro, la seducción se la ha anexionado en gran parte: todo se dirige a dar de nuestros dirigentes una imagen de carácter simpático, caluroso y competente. Exhibición de la vida privada, pequeñas entrevistas aterciopeladas o catch a dos, todo ello se pone en práctica a fin de reforzar o corregir una imagen y para suscitar, más allá de los móviles racionales, un fenómeno de atracción emocional. Intimismo y proximidad; el hombre político interviene en las emisiones de variedades, aparece en atuendo deportivo, no duda en salir a las tablas: antaño V. Giscard d'Estaing tocaba el acordeón, ahora Francois Léotard entona L’Ajacienne. Lionel Jospin interpreta Les feuilles mortes y Mitterrand trata de estar en la “onda”. La escena política se desvincula de las formas enfáticas y distantes en beneficio del oropel y de las variedades: en las campañas electorales se recurre a famosos de la pantalla y del show-biz, y se lanzan divertidas camisetas, pegatinas y diversos artilugios de apoyo. Euforia y confetti; los mítines políticos son una fiesta, se pasan vídeo-clips, se baila el rock y cheek to cheek.

Los anuncios también han sido metamorfoseados por el appeal publicitario. Los anuncios agresivos, solemnes o pesadamente simbólicos han cedido su lugar a la sonrisa de los políticos corbata al viento y a la inocencia de los niños. Los publicistas han ganado la partida; la expresión política debe estar “conectada”, hacen falta diversión y comunicación creativa; vemos ya cómo se multiplican los anuncios y eslóganes de tonalidad afectiva, emocional y psicológica (“La fuerza tranquila”, “Vivamente mañana”, “No tengamos miedo a la libertad”). No es suficiente decir la verdad, hay que decirla sin aburrir, con imaginación, elegancia y humor. Los guiños graciosos y los remedos están en primer plano: el presidente Carter ya había contratado un gagman para hacer más atractivos sus discursos, ahora, el espíritu fun impregna las campañas humorísticas de los partidos que, en la prensa, se publican en forma de tira cómica o de anuncios (“¡Socorro, vuelve la derecha!”, “Dime, derecha bonita, ¿por qué tienes los dientes tan largos?”, “La gran desilusión: doce meses en exclusiva”). El proceso de la moda ha reestructurado la comunicación política: aquí no entra nadie si no es seductor y distendido; la competencia democrática pasa por los juegos de coqueteo, por los paraísos artificiales del entertainment, de la apariencia, de la personalidad mediática. (...)

El fragmento pertenece al capítulo “La publicidad abandona las alturas”, su autor es el pensador francés Giles Lipovetsky (foto), y pertenece al libro El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas (Barcelona, Anagrama, 1990, traducción de Felipe Hernández y Carmen López) que puede leerse completo aquí.



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