Trabajo práctico - Segundo cuatrimestre de 2017
Juan Carlos Bustriazo Ortiz:
autoconstrucción mítica del poeta
Karen Rebolledo Ferrando
La figura de Juan Carlos Bustriazo Ortiz como poeta
pampeano se construyó poco a poco, rodeada por las peculiaridades del autor,
creando así, con el paso de los años, una idea mítica del hombre que siempre
aseguró que su inspiración bajaba del cielo y que los libros se los dictaba
Dios, poema por poema, palabra por palabra, sin errores ortográficos y con
título incluido. Un artículo escrito por Ezequiel Alemián hace referencia a
este hecho: “Todo dictado en un orden perfecto, él simplemente se limitaba a
escribirlos a máquina y numerarlos”. Incluso incorpora un comentario del autor
publicado en la Revista Ñ donde
señala: “Recuerdo perfectamente el dictado de Dios: miré al cielo y escuché su
voz, una voz que me emocionaba”. Sin duda este es uno de los aspectos que más
ha influido en la autoconstrucción mítica que el poeta hizo sobre sí mismo, esa
seguridad que profesaba en cuanto a la transcripción de un dictado divino lo
convirtió, ante el resto de los mortales, en un señalado por Dios.
Roland Barthes en su obra Mitologías analiza diversos mitos que
rodean nuestra vida diaria y uno de ellos refiere al escritor en vacaciones,
allí el autor reflexiona sobre la idea que la burguesía se hace de sus
escritores. Una de sus observaciones se centra en la “tranquilidad” que les
produce en cierta medida a los lectores de la clase burguesa saber que los
escritores son capaces de disfrutar de algo tan simple y común como unas vacaciones.
Sin embargo, Barthes explica que esa concepción implica una contradicción
porque el escritor en realidad no es un hombre común, y es justamente en la
idea del “falso trabajador y falso vacacionista” donde radicaría para él la
maravillosa singularidad del escritor. Barthes explica al respecto:
Él acepta sin duda
que está provisto de una existencia humana, de una vieja casa de campo, de una
familia, de un short, de una hijita, etc., pero contrariamente a los otros
trabajadores que cambian de esencia y en la playa no son más que veraneantes,
el escritor conserva en todas partes su naturaleza de escritor; al tener
vacaciones, muestra el signo de la humanidad, pero el Dios permanece… (2014:36)
Es precisamente esta idea de una
divinidad vinculada a la figura del escritor, la que posibilita estudiar al
poeta pampeano, que como él mismo decía “transformó en poesía el dictado de
Dios”. Juan Carlos Bustriazo Ortiz nació en Santa Rosa de Toay el 3 de
diciembre de 1929, un sietemesino que llegaba al mundo en el preciso momento
que el molino Werner tocaba la sirena, como todos los días, exactamente a las
once de la mañana. Tal vez esa sirena era el anuncio del cielo de la llegada de
un poeta, al igual que la premonición de un anciano que estuvo con su madre pocos
años después de su nacimiento. El mismo Bustriazo Ortiz lo explica así en una
entrevista:
Sí recuerdo que yo
era niño aún y apareció un anciano con un rollo de papeles escritos y le dijo a
mi mamá que yo iba a ser poeta ¡y fui poeta! ¿Quién era ese anciano? No sé.
Tiene que haber sido algún escritor, algún poeta. Qué lástima que no se me
ocurrió preguntarle quién era, yo era un niño y no se me ocurrió. Qué notable
eso, ¿no? Con un rollo de papeles estaba ese anciano. Me vio y vio mi futuro.
Misterioso, ¿no? (2008:173)
En el libro Herejía bermeja de ediciones En Danza, de donde se extrajo este
testimonio, se incluye una extensa conversación entablada entre Andrés Cursaro
y el poeta. Allí da cuenta de los diversos sucesos que marcaron su vida. Explica,
por ejemplo, que estuvo con sus padres hasta que fallecieron y que como poeta
decidió usar el apellido completo porque también quiso usar el de su madre
“para que no quedara solita, para que no quede de lado”.
Una de sus particularidades más
interesantes, aludida en artículos y detallada por el mismo poeta, es el mito
que se construyó en torno a él como trovador errante, como un nómade en su
territorio. Probablemente las características geográficas de la zona, con sus
médanos, sus extensiones casi desérticas, el viento y las piedras ocultas entre
la tierra, favorecieron esta figuración del poeta como un personaje mítico, una
especie de profeta en su tierra. Por otra parte, su afición por los restos
indígenas enriquecía esta imagen. En las páginas de Herejía bermeja recuerda:
También anduve mucho
por los médanos de Santa Rosa buscando restos indígenas porque me apasionaba
mucho la arqueología. Hubiera querido ser arqueólogo. Y de algún modo, no
siéndolo, recogía piedras, restos de alfarería. Siempre se encontraban en los
médanos. Todo lo que iba juntando lo guardaba en mi habitación que parecía un
museo: sobre todo tenía piedras, puntas de flecha. No sé dónde estarán las
cosas que estaban en mi habitación-museo… (2008:170).
Su habitación-museo puede interpretarse
como un testimonio fiel de la naturaleza curiosa y singular del poeta,
consciente de su arraigo a esos elementos ancestrales, resignificados
posteriormente en su firma y testimonio de sus paseos nocturnos, de su búsqueda
de piedras, puntas de flecha, y también de inspiración, de palabras, como
“huesolita”. En un artículo, publicado en Cultura
y espectáculo, Silvina Friera rescata unas palabras de Bustriazo donde
explica estos procedimientos: “He inventado muchas palabras, sí. Lo hice porque
yo quería decir alguna cosa y no podía con las palabras existentes. Huesolita
por ejemplo, es de hueso, solita. Delgadita, algo así” (2010:2).
Con respecto a sus facultades para tomar
vino, muchos decían que él tenía una fórmula para no emborracharse, pero el
poeta confesaba no estar seguro de si eso realmente era así, a pesar de la gran
capacidad que tuvo, durante un tiempo, para beber sin ningún problema. Al
respecto explica:
Tomé vino desde muy
joven, recuerdo que a los 19 ya tomaba. A papito también le gustaba el vino. Él
le ponía vino a la sopa, vino clarete. Y yo también hacía lo mismo que papá. Yo
tenía mi vasito largo, que tenía una tapa de plata. Tomaba vino desde muy
joven, pero poco en esa época (…) Mirá hubo una época que tomaba tanto, pero
tanto, unos siete litros de alcohol por día; pero no me hacía mal nada, nada.
Después perdí esa facultad y cuando quise beber mucho me agarré una curda
terrible. Dicen que yo tenía una técnica para no emborracharme, que al tomar
vino lo “masticaba” para que las papilas gustativas no se impregnaran con el
alcohol. Eso dicen, pero yo no estoy seguro de eso. (2008:172-173)
Si
bien Bustriazo no estaba seguro de aquella creencia que se había generado en
relación a su manera de beber, lo que resulta realmente significativo es el
mito que se construyó en torno al vaso que utilizaba y llevaba a todas partes
en su portafolio. Estaba tan usado que se le había formado una costra de tinta
en el borde, el poeta se negaba a que nadie intentase lavarlo. Además utilizaba
su tapa de plata para evitar que los “espíritus de la bebida” lo abandonaran y
siempre que bebía, aunque fuese solo, decía “¡Yapai peñi!” que significa “¡Salud
hermano!” en mapuche. Este rasgo singular está siempre acompañado con el
recuerdo de sus caminatas por las madrugadas, deambulando en busca de
inspiración divina, llevando siempre consigo un maletín donde guardaba su vaso,
unos poemas y una linterna para encandilar a los perros que le salían al paso.
La
firma del poeta no deja de ser relevante y refuerza aún más el mundo de
significaciones que creó a su alrededor. La firma de Bustriazo Ortiz está
compuesta por distintos elementos que conforman su cosmovisión del mundo, según
puede leerse en el breve análisis recopilado en Herejía bermeja, de este modo pueden identificarse una cruz
araucana, una serie de rulos que representarían el infinito, un báculo egipcio,
el triángulo sexual simbolizado por los tres puntos, y los círculos que
significarían las piedras. En este aspecto, podría pensarse que el autor se
configura a partir de una oscilación entre la universalidad (relacionado a los
rasgos egipcios que incorpora en su firma) y una representación más
regionalista y consciente de la herencia mapuche (por ejemplo su saludo a la
hora de beber vino).
Tiempo
después, un altercado hizo que perdiera su inspiración. Bustriazo Ortiz fue
internado en el hospital Lucio Molas en la parte de psiquiatría, luego de que
intentara suicidarse. Allí, asegura que una médica, con remedios, le quitó, le
destruyó la inspiración y ya no pudo escribir, a pesar de que lo intentó varias
veces. Otro análisis podría vincular la internación del poeta en psiquiatría
con su capacidad singular de escuchar voces. La locura podría estar asociada al
dictado de Dios.
El
escritor no deja de ser escritor aunque esté en la playa, aunque “finja” que
simplemente disfruta del sol y la siesta como el resto de los veraneantes.
Nunca deja de crear, no puede delimitar al tiempo de la burguesía su trabajo
creador, esto es lo que Barthes nos confiesa, como si todo este tiempo nos
hubiesen estado haciendo trampa. Del mismo modo el poeta Bustriazo no podía
hacer otra cosa que someterse a los designios divinos y escribir
ininterrumpidamente el dictado de Dios. Pero él no nos engaña, él se ha
confesado poeta siempre, y se ha esforzado consciente o inconscientemente en
crear esa autorepresentación suya como escritor/poeta, sabedor o reflexivo de
su singularidad y de su arraigo al suelo pampeano.
Sus
caminatas nocturnas, su vaso de vino tapado para evitar la fuga de los
espíritus, sus dictados del cielo, su firma intrincada y llena de símbolos, el
anciano profeta que se cruzó en su camino, no hay manera de comprobar si todo
esto realmente ocurrió o si se trató de una elaborada construcción de Bustriazo
para cimentar su figura como poeta. Eso nunca se sabrá, lo que sí es posible
afirmar es que el mito del poeta pampeano surgió como una necesidad a partir de
una búsqueda para moldear la identidad cultural de la provincia.
Claudia
Salomón Tarquini y Paula Laguarda en su artículo “Las políticas culturales
pampeanas y el alumbramiento de una identidad
regional (1957-1991)” explican que en los territorios nacionales que
alcanzaron el estatus provincial a mediados del siglo XX, como La Pampa, la
cuestión de la identidad cultural regional se planteó de diversas formas.
Las
autoras manifiestan cómo a fines de la década del cincuenta y principios de los
sesenta, se inició una etapa “fundacional” en las políticas culturales de la
provincia. Se trató de un período en el que se definieron las bases sobre las
cuales se articularía una “identidad pampeana” mediante el apoyo a los
escritores y músicos locales. Esta es una de las razones por las cuales la
figura de Bustriazo se popularizó, al igual que todas las peculiaridades que se
decían sobre él. Bustriazo Ortiz es el poeta de La Pampa, es parte de nuestra
identidad, todos pueden identificar el suelo pampeano en
sus versos, en las melodías que invitan a la musicalización de su obra, en el
vino y en las piedras. Por esta razón, actualmente Bustriazo Ortiz y su
autoconstrucción como poeta son parte de la leyenda popular.
Bibliografía
Alemián,
Ezequiel, “El hombre que transformó en poesía el dictado de Dios” en apartado "Cultura", especial para diario Clarín. 2010.
Barthes,
Roland. Mitologías. Buenos Aires:
Siglo Veintiuno, 2014.
Bustriazo Ortiz, Juan Carlos, Herejía bermeja.
Buenos Aires: En Danza, 2008.
Friera,
Silvina. “Adiós al poeta errante de La Pampa” para Cultura y espectáculo, 2010.
Salomón Tarquini, Claudia y Paula Laguarda, “Las políticas culturales pampeanas y el
alumbramiento de una identidad regional
(1957-1991)”, en Intelectuales, cultura y
política en espacios regionales de Argentina (Siglo XX). Rosario, 2012, pp.
105-130.
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