domingo, 25 de noviembre de 2018

El niño eterno


Ensayo semiológico

Trabajo práctico - Segundo cuatrimestre de 2018

El niño eterno

Nidia Orellano

El mito del niño eterno se enmarca dentro de la cosmovisión tradicional de la eterna juventud que la literatura y el arte han resaltado. En la literatura Peter Pan, el personaje ficticio creado por el escritor escocés James Matthew Barrie, es el arquetipo del niño eterno. Este personaje destaca el anhelo de vivir al margen del tiempo y no crecer nunca. 

En el arte, Pablo Picasso fue una representación del niño eterno por su visión “infantil” del mundo. “Había algo que lo convertía en un niño eterno y en un hombre que se resistía a matar a ese niño", señalaron algunos críticos.

Aquí el ejemplo es un actor y cómico argentino, cuyo nombre es Carlitos Balá, quien representa para aquellos mayores de 25 años el símbolo de la infancia. Todos ellos recordarán sin gran esfuerzo haber crecido mirando “El show de Carlitos Balá”.

Este personaje entretuvo a varias generaciones, con su aspecto juvenil, delgado, pantalón blanco, calzado deportivo y campera tipo rompeviento, y no nos olvidemos de su melena lacia y su flequillo, el cual trajo mucho de qué hablar porque más de uno pensaba que usaba peluca.

Carlitos Balá con su marca registrada que es el “flequillo” y sus frases “celebérrimas”, muy pegadizas que él repite en gags: como “¿Qué gusto tiene la sal?”, “Ea-ea-ea pe-pé”, “¿Un gestito de idea?”, entre otras y la creación de neologismos esdrújulos, han alimentado por años su imagen de niño eterno.
En el momento de su mayor auge, salieron al mercado discos, caretas, remeras, gorros, revistas, etcétera, su producto e imagen fueron instalados en la sociedad desde ese momento y para siempre.

Los medios de comunicación de masas, en este caso la televisión, han contribuido a eternizar ciertos personajes y a mantenerlos por siempre jóvenes.

La prueba está en que Carlitos Balá con sus 93 años y con motivo de su cumpleaños realizó una presentación en el Parque Centenario,  lugar al que asistió una multitud para volver a ver a su ídolo y mostrar a sus hijos y nietos aquel personaje que los había hecho reír por tantos años.

La gente esperaba con ansias la aparición de Balá, el conductor retardaba la presentación, aparecían referentes actuales para los niños, actores hablando y saludándolo por su cumpleaños… pero Balá no salía, cuando finalmente subió al escenario, la multitud se levantó aplaudiendo a rabiar y sin poder creer lo que veían. Carlitos Balá no era un viejecito al borde de la muerte, era el mismo joven de pantalón blanco, calzado deportivo, campera tipo rompeviento roja con estrellas doradas en la espalda, y su melena era lacia y con flequillo, ¡¡¡los años no habían pasado!!!

Empieza su entrada al escenario cantando y luego la música de fondo es emotiva, y el conductor pone su cuota de recuerdos y emotividad ante la presencia del ídolo.

La gente llora de emoción y viva su nombre “¡Carlitos! ¡Carlitos!” con los manos en alto, de fondo un piano…y él hace sus chistes.

Ahí estaba el niño eterno, el tiempo se había detenido y como una esfinge a la entrada del santuario, como la imagen olímpica de un Dios que reencuentra su esencia atemporal, Balá se convierte en héroe, ubicado en el límite de las leyes biológicas que sí rigen para otros hombres.

Es la imagen que se propaga a lo largo de toda su vida. La gente lo abstrae de sus propias determinaciones físicas y le asegura el beneficio perpetuo de su don: el de entretener y hacer reír, con un esplendor inalterable, una seducción limpia de toda maldad.

Y Carlitos Balá vuelve a cantar y bailar, saluda al público, pasea a su perro invisible Angueto, y la cámara hace primeros planos de los rostros llorosos, los celulares en alto que captan con fotos y filmaciones el momento mágico que están viviendo.

Lo acompañan con palmas, cantan  las canciones que tienen grabadas desde la infancia, con sus hijos y nietos en brazos.

Por supuesto no faltará para redondear el festejo la torta de cumpleaños. Mientras la multitud le canta el Feliz Cumpleaños, Carlitos roba pedazos de chocolate que recubren la torta con toda la naturalidad del mundo, porque la infancia es la edad de lo “natural”, allí donde la cultura nunca muere. Y así es nuestro niño eterno, que se encuentra en ese lugar privilegiado de la excepcionalidad,  el milagro de ser un niño eterno.

De esta manera una vez más la televisión capta al niño eterno de los argentinos, que manifiesta en el escenario y al mismo tiempo en su vida cotidiana, en todo reportaje, entrevista, caminando por la calle, que es un chico. Su vida es la broma, hacer reír es su esencia, y por eso su vocabulario simple y su humor popular han perdurado hasta el día de hoy. Su “fórmula” llegó a la gente de esta manera y los medios de comunicación de masas supieron eternizar el fenómeno.

Por eso, si un día anda distraído, alguien toca su hombro, y al darse vuelta no ve a nadie, o escucha una voz que dice “sumbudrule”: sonría, el niño eterno le ha jugado otra broma.



viernes, 23 de noviembre de 2018

Globos

Ensayo semiológico

Trabajo práctico - Segundo cuatrimestre de 2018

Globos

Stella Cinquepalmi

Un globo es un objeto de goma o de otro material flexible, generalmente de forma redonda u ovalada, que relleno de aire o de un gas menos pesado, se eleva en el aire y sirve de juguete para los niños o como adorno en algún lugar. Esta definición es la que nos aporta la Real Academia Española. Y, como tal, la figura de un globo, en cuanto lenguaje-objeto, refiere  inmediatamente a la idea de juego de niños o de fiesta, y en ambos casos, a risas y diversión.

Debemos prestar especial atención al contenido del globo: el aire, una sustancia gaseosa y volátil que lo hace inasible e inconsistente. 

La incorporación de globos en escenografías de marco festivo durante campañas políticas forma parte de una práctica que en Estados Unidos se viene desarrollando desde los años sesenta. Con el correr de los años este modelo fue adoptado por diversos espacios políticos en otros países del mundo. También influyó en el nuestro, donde en este último tiempo los globos se identifican con un modo de hacer política.

Tratemos de reconocer el mecanismo a través del cual el vacío interior característico del globo se traslada al decir político, a un discurso vaciado de contenido por asimilación a la imagen del globo. 

A través de una retórica diseñada en tono de festejo, el globo contribuye a la eficacia de un discurso persuasivo que busca acercar simpatizantes (y votantes) que descreen de la política en su sentido pleno, que no la consideran una herramienta fundamental para la toma de decisiones de gobierno en cuanto a que afectan directamente a la sociedad y al Estado. Y frente a la participación activa del ciudadano que impone un modelo como el que estuvo  vigente en el país durante los últimos años. Optan por una actitud pasiva, prefieren delegar la actividad política a manos de entendidos o expertos en la materia, sin involucrase personalmente.

De esta forma se hace posible que en el marco de diversión que encuadra la actividad política de cara a su electorado, se pueda llevar a cabo el trasvasamiento de la noción de vacío interior del globo al discurso político. 

Descuidada la oratoria tradicional como medio persuasivo, se recurre a un mensaje político hueco, sin contenido, que se plasma en frases simples y mensajes breves, casi telegráficos, tan efímeros como la vida misma de un globo, y que apela a conmover a un público (electorado) particular.  Es el resultado de técnicas publicitarias aplicadas al discurso político.

Apunta a un votante que está dispuesto a dejarse seducir por esta nueva modalidad de hacer política, que no requiere compromiso, y que no está atenta a la  inconsistencia o no de sus propuestas ni a la vaguedad de las consignas difusas o poco específicas. 

Se trata de una “nueva generación” de dirigentes  que se manifiesta claramente opositor a la vieja política atribuida al signo político que gobernó el país durante la última década: una política que considera planteada en términos de conflicto permanente.  

Esta retórica está fundada en la equiparación de la política con un juego de niños, atractiva para una porción de la sociedad. Su efectividad se ve potenciada por la incorporación de los globos, que le aportan la carga de inocencia y de ilusiones que le son propias por naturaleza. 

El mensaje político adquiera, de esta forma, una nueva significación. Se obtiene un nuevo discurso desprovisto de conceptos terminológicos precisos y que desestima la argumentación porque no le hace falta. 

Este discurso apunta, fundamentalmente, al plano emotivo, a la comunión en torno a consignas que se posicionan en el polo opuesto del modelo que sus seguidores están deseosos de desterrar.  

Un tipo de política, comprendida y aceptada en el mismo plano que la diversión, la hace pasible de ser transformada, a través de un metalenguaje, en la no-política o la antipolítica. 
Sólo una vez comprendido este proceso a través del que la política se despoja de la política, se puede llegar a comprender por qué, frases como “hay que desideologizar la política exterior”, en boca de nuestra canciller hace poco más de un año, no producen, por lo menos, asombro en buena parte de la sociedad, aunque sea por el contrasentido que la frase en sí misma encierra. La política exterior es política, por definición, y quien la expresa, lo hace en función de su cargo político.

El globo, como mito, nos remite al juego, al espacio lúdico, que es el que, por otra parte, dota de sentido al nuevo mensaje político: el que se quiere desentender de la política. 
Podríamos definir al globo como la metáfora que consuma la paradoja de una política despolitizada.

Es en el plano connotativo que este metalenguaje se convierte en una clara ideología,  también paradójica, en tanto debemos entender por ideología a la “desideologización de la ideología”. 

Aunque parezca un juego de palabras no lo es; en todo caso se trata de otro contrasentido que habrá que seguir desentrañando. 


viernes, 9 de noviembre de 2018

Las vanguardias estéticas según Hal Foster

Harold (Hal) Foster es un crítico de arte estadounidense que nació en Seattle en 1955. Se ha especializado en las vanguardias en la era de la posmodernidad, y sus escritos han desencadenado una serie de interesantes polémicas en esta área.

En 1983 editó The Anti-Aesthetic: Essays on Postmodern Culture, uno de sus escritos más destacados.

De 1996 es el libro The Return of the Real: The Avant-Garde at the End of the Century, cuya versión castellana (El retorno de lo real: la vanguardia a finales del siglo, Barcelona, Akal, “Arte contemporáneo”, 2001, traducción de Alfredo Brotons Muñoz) puede leerse completo aquí.