Ensayo semiológico
Trabajo práctico -
Segundo cuatrimestre de 2018
El niño eterno
El mito del niño eterno
se enmarca dentro de la cosmovisión tradicional de la eterna juventud que la
literatura y el arte han resaltado. En la literatura Peter Pan, el personaje
ficticio creado por el escritor escocés James Matthew Barrie, es el arquetipo
del niño eterno. Este personaje destaca el anhelo de vivir al margen del tiempo
y no crecer nunca.
Aquí el ejemplo es un
actor y cómico argentino, cuyo nombre es Carlitos Balá, quien representa para
aquellos mayores de 25 años el símbolo de la infancia. Todos ellos recordarán
sin gran esfuerzo haber crecido mirando “El show de Carlitos Balá”.
Este personaje
entretuvo a varias generaciones, con su aspecto juvenil, delgado, pantalón
blanco, calzado deportivo y campera tipo rompeviento, y no nos olvidemos de su melena
lacia y su flequillo, el cual trajo mucho de qué hablar porque más de uno
pensaba que usaba peluca.
Carlitos Balá con su
marca registrada que es el “flequillo” y sus frases “celebérrimas”, muy
pegadizas que él repite en gags: como “¿Qué gusto tiene la sal?”, “Ea-ea-ea
pe-pé”, “¿Un gestito de idea?”, entre otras y la creación de neologismos
esdrújulos, han alimentado por años su imagen de niño eterno.
En el momento de su
mayor auge, salieron al mercado discos, caretas, remeras, gorros, revistas,
etcétera, su producto e imagen fueron instalados en la sociedad desde ese momento y
para siempre.
Los medios de comunicación
de masas, en este caso la televisión, han contribuido a eternizar ciertos
personajes y a mantenerlos por siempre jóvenes.
La prueba está en que Carlitos
Balá con sus 93 años y con motivo de su cumpleaños realizó una presentación en
el Parque Centenario, lugar al que
asistió una multitud para volver a ver a su ídolo y mostrar a sus hijos y
nietos aquel personaje que los había hecho reír por tantos años.
Empieza su entrada al
escenario cantando y luego la música de fondo es emotiva, y el conductor pone
su cuota de recuerdos y emotividad ante la presencia del ídolo.
La gente llora de
emoción y viva su nombre “¡Carlitos! ¡Carlitos!” con los manos en alto, de
fondo un piano…y él hace sus chistes.
Ahí estaba el niño
eterno, el tiempo se había detenido y como una esfinge a la entrada del
santuario, como la imagen olímpica de un Dios que reencuentra su esencia
atemporal, Balá se convierte en héroe, ubicado en el límite de las leyes
biológicas que sí rigen para otros hombres.
Es la imagen que se
propaga a lo largo de toda su vida. La gente lo abstrae de sus propias determinaciones
físicas y le asegura el beneficio perpetuo de su don: el de entretener y hacer
reír, con un esplendor inalterable, una seducción limpia de toda maldad.
Lo acompañan con
palmas, cantan las canciones que tienen
grabadas desde la infancia, con sus hijos y nietos en brazos.
Por supuesto no faltará
para redondear el festejo la torta de cumpleaños. Mientras la multitud le canta
el Feliz Cumpleaños, Carlitos roba pedazos de chocolate que recubren la torta
con toda la naturalidad del mundo, porque la infancia es la edad de lo “natural”,
allí donde la cultura nunca muere. Y así es nuestro niño eterno, que se
encuentra en ese lugar privilegiado de la excepcionalidad, el milagro de ser un niño eterno.
De esta manera una vez
más la televisión capta al niño eterno de los argentinos, que manifiesta en el
escenario y al mismo tiempo en su vida cotidiana, en todo reportaje,
entrevista, caminando por la calle, que es un chico. Su vida es la broma, hacer
reír es su esencia, y por eso su vocabulario simple y su humor popular han
perdurado hasta el día de hoy. Su “fórmula” llegó a la gente de esta manera y
los medios de comunicación de masas supieron eternizar el fenómeno.
Por eso, si un día anda
distraído, alguien toca su hombro, y al darse vuelta no ve a nadie, o escucha
una voz que dice “sumbudrule”: sonría, el niño eterno le ha jugado otra broma.